Hacia la ética que necesitamos para la educación del futuro (VI de VIII)

La centralidad entonces, no la tiene la enseñanza de cualquier ética. Los individuos y las sociedades tienen una gran diversidad de éticas particulares. Y, si bien existen voces que llaman a construir o a identificar los elementos comunes a las…

La centralidad entonces, no la tiene la enseñanza de cualquier ética. Los individuos y las sociedades tienen una gran diversidad de éticas particulares. Y, si bien existen voces que llaman a construir o a identificar los elementos comunes a las diversas éticas, lo hacen desde otro lugar, no desde la tríada individuo-sociedad-especie.

Es por ello que las éticas diversas y cerradas no contribuyen a vincular al individuo con su especie, antes bien, coadyuvan a oscurecer y a ocultar la necesidad de avanzar hacia la consolidación de la antropoética. Esta última tiende a conservarse, entre otros, en las religiones universalistas, en las éticas universalistas, en el humanismo, en algunas posiciones filosóficas y en los derechos humanos.

Por ello la ética que se instituye ahora como uno de los saberes fundamentales de la educación del futuro es otra ética: la ética del género humano que supone la relación entre el individuo particular y la especie como un todo, como constituyente y fuente de la humanidad.

Esta ética representa una verdadera transformación de nuestras ideas sobre lo que somos y sobre lo que son los otros y, por ende una nueva forma de relacionarnos con el mundo.

La posibilidad de construir una ética del género humano viene de la mano de la era planetaria en que vivimos.

Los ciudadanos del nuevo milenio deben pensar sus problemas y los problemas de su tiempo. Esto implica comprender,” tanto la condición humana en el mundo, como la condición del mundo humano que a través de la historia moderna se ha vuelto la de la era planetaria “(Morin 2013: 61).

La era planetaria comenzó desde el siglo XVI, se inició con el descubrimiento de América. Desde finales del siglo XX entramos en la fase de la mundialización, que representó el surgimiento del mundo como tal. Es la era de las telecomunicaciones, de Internet y de la información, las que, en la medida en que  se incrementan, “ahogan nuestras posibilidades de inteligibilidad” (Morin 2013: 61). l

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