Historia entúpida de la literatura: Contra Cervantes

Hace un tiempo escribí un artículo sobre Enrique Jardiel Poncela, aquel terrible escritor y dramaturgo madrileño que cultivó como pocos un humor negro y absurdo, con el que castigó sin piedad la hipocresía de la sociedad de su época. El texto&#8230

Hace un tiempo escribí un artículo sobre Enrique Jardiel Poncela, aquel terrible escritor y dramaturgo madrileño que cultivó como pocos un humor negro y absurdo, con el que castigó sin piedad la hipocresía de la sociedad de su época. El texto llegó, por casualidad, al conocimiento de un nieto que me envió un cordial comentario, y con el comentario venía un libro digital de título tremendista: “Historia estúpida de la literatura” (“heterogénea recopilación de artículos y poemas de índole burlesca”).  Dejaré que sea el autor quien se presente:

“Enrique Gallud Jardiel (Valencia, 1958) pertenece a una familia de raigambre literaria, pues es nieto de Jardiel Poncela, el gran humorista. Es Doctor en Filología Hispánica y ha enseñado en universidades de España y del extranjero. Ha publicado más de una treintena de ensayos literarios, históricos y filosóficos y ha acabado hasta la coronilla de tanta erudición y tanta mandanga. Por ello se ha liado la manta a la cabeza y decidido que, si la literatura tiene como propósito divertir a la gente, tiene que empezar por divertirle a él. Así es que se propone hacer del humor su única patria y reírse del conocimiento sobre autores, libros y movimientos que ha ido acumulando durante su vida y que resulta que, al final, no sirve absolutamente para nada. En este libro se erige en denunciante de tópicos, destructor de mitos, azote de críticos y desmitificador de bodrios literarios, y jura no volver a aburrir a nadie con escritos plúmbeos, como hasta ahora hacía.”

La obra confirma que Enrique Gallud Jardiel es un digno nieto de su abuelo. Me pareció, en verdad, muy inteligente “La estúpida historia de la literatura” y me he sentido maravillado por la erudición que se gasta su autor. Su impecable prosa llena todos los requisitos del ideal de Borges.

Siempre he admirado en Borges el culto de la sencillez, el amor por la palabra limpia que encaja a la perfección en el contexto, la precisión y liviandad de la prosa, la fuerza o autoridad del decir, la erudición que abre camino al andar, sin apabullar al lector, la ingeniería verbal tan aparentemente simple y tan difícil de lograr, la escritura sin ripios ni desperdicios, estrictamente esencial.

Enrique Gallud Jardiel es un fino escritor humorista, satírico, sarcástico, pero es sobre todo un provocador y en el colmo del atrevimiento arremete, literalmente “Contra Cervantes”. Algunos quedarán horrorizados al leer la pieza  de artillería conque masacra a Nuestro Señor Don Quijote, pero en verdad son muchas las verdades que dice, y  cosas muy difíciles de refutar.

Contra Cervantes

Como mientras redacto este libro estoy en la cárcel por un asunto antiguo, me atrevo desde aquí a decir lo que antes no me atrevía: Cervantes es un pelmazo y, además, escribe muy mal.

Examinemos algunos tópicos: El Quijote ridiculiza a la literatura caballeresca y acaba con ella. Gran inexactitud. ¿Qué sentido tiene leer una parodia de un género ya desaparecido? Todos los estudiosos están de acuerdo en que en 1605 ya hacía al menos cuarenta años que no se leían novelas de caballerías. Escribir por aquel entonces una parodia sería como si en pleno siglo XXI se estrenase una parodia de zarzuela, para acabar con el género chico.

El libro es una burla genial. Pero, dice Ortega en Meditaciones del Quijote: “Seamos sinceros: el Quijote es un equívoco. Todos los ditirambos de la elocuencia nacional no han servido de nada. Todas las rebuscas eruditas en torno a la vida de Cervantes no han aclarado ni un rincón del colosal equívoco. ¿Se burla Cervantes? ¿Y de qué se burla? Es un libro muy cómico. Pero las pretendidas situaciones cómicas de la novela se reducen a caídas, palizas, manteamientos y vejaciones varias. Es el recurso humorístico más antiguo y más gastado del mundo: caídas aparatosas y tartas lanzadas contra el rostro. Y los refranes de Sancho no suscitan gran hilaridad, ni por sí mismos ni por su acumulación repetitiva.

Don Quijote es un símbolo. Pero lo podía haber sido cualquier otro ente de ficción del tiempo. Don Quijote ha sido un personaje que se ha usado para otros fines porque “estaba ahí”. De no haber existido, el símbolo español del idealismo hubiera sido cualquier otro. Los críticos y lectores añaden al texto una carga conceptual que el autor ni sospechó. Prueba de ello es que, al final del libro, su personaje recobra la razón y se arrepiente, lo que convierte a la obra en un libro cobarde. Cuando don Quijote se retracta al final de la novela lo hace por seguir las conveniencias morales de su época.

Es una idea original. Cualquier mediano conocedor de la literatura sabe que los temas referidos por Cervantes son los mismos venerables temas inventados por la imaginación indo-europea, muchos siglos hace. Tanto siglos hace, que los hallaremos preformados en los mitos originales de Grecia y del Asia occidental.
Su estilo es magnífico. Borges, que sí sabía de escribir, afirma: “Se le atribuyen dones de estilo que a muchos parecerán misteriosos. En verdad, basta revisar unos párrafos del Quijote para sentir que Cervantes no era estilista.”

La lengua de Cervantes es soberbia. No lo es, sino en extremo farragosa y de difícil lectura, se diga lo que se diga. Y, lo que es peor, está plagada de tópicos. Un buen ejemplo de las descripciones muertas, artificiales y trilladas del libro son las del capítulo XIV de la segunda parte, donde se habla de la aurora, con sus miles de pájaros y sus alegres cantos saludados al amanecer, y las líquidas perlas y los rientes manantiales y los arroyos murmuradores. Se ha de pensar en el paisaje agreste, pardo y sombrío de Castilla y luego leer lo de las perlas de rocío.

Es una historia bien narrada. Está llena de errores de continuidad.
Sancho Panza vende su rucio e inexplicablemente sigue cabalgando en él al
poco rato. El yelmo de don Quijote se rompe en dos y luego está entero, etc. Inmortaliza a La Mancha. También la geografía del libro es imprecisa.

La realidad es que Cervantes no es un topógrafo. El telón de fondo del Quijote es de ficción y una ficción bastante deficiente. Ventas absurdas llenas de personajes trasnochados, montes infestados de poetastros y disfrazados de pastores de la Arcadia. Cervantes no describe los lugares, porque no los conocía, y las andanzas de su héroe por diversas provincias no se atienen a ninguna lógica.

Es un ejemplo para que nuestros jóvenes amen la lectura. Falso. Cualquiera al que le obliguen a leerlo en su niñez protestará y con razón. No entiendo que el libro se considere una lectura apropiada para la adolescencia y, menos, para la infancia, debido a su violencia y crueldad. Tomando sólo los primeros capítulos, vemos que un ventero aloja a un loco para que se rían sus huéspedes, un chico semidesnudo es azotado por un robusto labrador, un mozo de mulas deja a don Quijote machacado, los criados de unos monjes muelen a coces a Sancho, unos arrieros apalean a Rocinante y todo esto tiene que hacernos mucha gracia a nosotros y a nuestros niños, a los que debemos alentar a leer el inmortal libro.
En resumen: estamos hablando de un caso de fetichismo cultural, pues ¿qué otra cosa significa que se haya traducido —amén de a todas las lenguas vivas habidas y por haber— al spanglish? In un place de la Mancha, of which nombre no quiero remembrearme, vivía not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una bucklerantigua, a skinny caballo y un playground para el chase. ¿Y al latín macarrónico?

In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucus tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzan in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo.)  ¿Y al código morse? ¿Pueden ustedes imaginarse a los radiotelegrafistas de la Armada española transmitiéndose unos a otros en puntos y rayas capítulos de la inmortal obra en sus horas libres? Y para finalizar de una vez, nos haremos esa pregunta inevitable que nos ha estado rondando desde hace mucho tiempo: ¿Quién ha leído el Quijote? Indudablemente es un libro del que todo el mundo tiene referencias, conoce citas y circunstancias, pero nada más. Son muy pocos los que lo han leído. Algunos realizaron una primera lectura juvenil, por exigencia académica. Otros han merodeado por sus páginas esporádicamente, saltándose capítulos al azar. Hubo quien empezó a leerlo y nunca lo terminó. La gran mayoría confirma haber ido posponiendo el propósito y, en realidad, ocupa en los salones españoles un lugar semejante al de la guía telefónica, porque hay libros que no son para leer: que no se engañe nadie; son simplemente para tenerlos. Todos los conocemos: Atlas, diccionarios, las recetas de Karlos Arguiñano, la Biblia… Y dicen que la Biblia no está para ser leída, sino para creer en ella. Algo así sucede con el Quijote, encuya calidad creemos ciegamente, pero que no leemos. Pero no se trata sólo del Quijote, porque muchos críticos afirman que en Los trabajos de Persiles y Segismunda se hallan las mejores páginas que escribió su autor. Entonces, yo me pregunto: si tanto nos gusta Cervantes, ¿por qué el Persiles no lo ha leído tampoco nadie?.

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