Incendios forestales en medio de la sequía

En las zonas rurales, y en las altas montañas dominicanas, es común que muchos campesinos dedicados al conuquismo nómada apliquen la tradicional metodología de “tumba-quema-siembra”, entendiendo siempre que el incendio es el más rápido eliminado

En las zonas rurales, y en las altas montañas dominicanas, es común que muchos campesinos dedicados al conuquismo nómada apliquen la tradicional metodología de “tumba-quema-siembra”, entendiendo siempre que el incendio es el más rápido eliminador de arbustos, hierbas y malezas, y que, por supuesto, es la ayuda laboral de menor costo, pues muchas veces sólo cuesta el valor de un simple palito de fósforo.

Esta metodología ha sido tradicionalmente aplicada en zonas apartadas donde el campesino nómada invade terrenos que no son de su propiedad, en búsqueda de producir cosechas de ciclos cortos sobre suelos de poco espesor orgánico y baja capacidad productiva, y luego se marcha a otra zona vecina donde repite el ciclo de “tumba-quema-siembra” que gradualmente ha ido eliminando parte importante de nuestra cobertura forestal.

El campesino se ha acostumbrado a contar con el apoyo de las lluvias de la noche y de la madrugada para apagar el incendio intencionalmente generado para eliminar arbustos, hierbas y malezas, pero muchas veces, cuando esa lluvia no llega, el incendio se sale de los límites originales, y se propaga por una extensa región, obligando a costosos y peligrosos operativos de control, pero sin que se persiga judicialmente a los responsables de cada deliberado incendio forestal, por considerar que son humildes campesinos que tratan de subsistir, aunque ellos están conscientes de que aplican una metodología que pone en peligro a nuestros bosques y a nuestros ríos.

Pero ya no sólo es el humilde campesino nómada que aplica esta peligrosa metodología, pues ya vemos que hacendados, con suficiente poder adquisitivo para pagar la correcta limpieza y acondicionamiento de sus propiedades agrícolas, también se dan a la tarea de incendiar su finca para eliminar malezas, hierbas y arbustos no deseados, y hasta en los cañaverales vemos repetirse esta mala práctica de piro-agrolimpieza.

En períodos de lluvias, los efectos de estos incendios agrícolas se concentran en pequeñas áreas, porque las lluvias sofocan las llamas y humedecen las hojas, pero en períodos de largas sequías, como la que actualmente afecta a la región, los incendios se extienden debido a que las hierbas y hojas secas, la madera seca, y las resinas secas, se convierten en combustibles que alimentan los incendios, y de esa forma, en los últimos 50 años, hemos tenido cerca de 7,000 incendios forestales que han devorado gran parte de nuestros bosques de montañas.

Desde el pasado año, los incendios forestales han consumido más de 100,000 tareas de bosques de montañas, principalmente en la zona de Constanza-Valle Nuevo, donde el pasado año un voraz incendio forestal destruyó cerca de 85,000 tareas de bosques, sin que las autoridades ambientales hicieran nada para controlarlo desde el inicio, en parte por no disponer de helicópteros cisterna, en parte por haber cancelado a los guardaparques, en parte por no disponer de logística terrestre contra incendios, y en parte porque después que un extenso bosque se quema ellos justifican montar aserraderos para “aprovechar el bosque chamuscado”.

El país ha cogido fuego forestal por las 4 esquinas, sin que nadie del gobierno haya demostrado pesar por lo ocurrido, y la verdad es que si Joaquín Balaguer hubiese estado vivo, y fuese presidente de la República, ya hubiese producido declaraciones contundentes y hubiese estremecido legalmente a los responsables de tantos actos de barbarie forestal (y que me disculpen los anti balagueristas), pero Balaguer fue el único presidente que en 1967 se atrevió a cerrar todos los aserraderos forestales, y el único que se atrevió a enviar a la cárcel a todo el que atentaba contra el bosque, pues Balaguer entendía que los responsables de la depredación forestal en las altas montañas atentaban contra el presente y el futuro del país, ya que el bosque nublado de alta montaña atrapa parte importante del vapor de agua que viaja en forma de neblina, y esa agua se infiltra al subsuelo a través de las raíces de las plantas y recarga los manantiales que constituyen las cabeceras de los ríos, lo que indica que atentar contra los bosques de alta montaña es atentar contra el suministro de agua de las presentes y futuras generaciones, y ese es un gran pecado ambiental, aunque algunos “ecologistas” lo han querido ocultar. l

El país ha cogido fuego forestal por las 4 esquinas, sin que nadie del gobierno haya demostrado pesar por lo ocurrido”.

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