De las carencias de la educación nacional

Una de las grandes conquistas, sin contabilizar víctimas mortales, de la sociedad dominicana de los últimos tiempos, ha sido la aplicación de la Ley General de Educación, que manda a invertir anualmente el 16% del Presupuesto Nacional o el 4% del&#823

Una de las grandes conquistas, sin contabilizar víctimas mortales, de la sociedad dominicana de los últimos tiempos, ha sido la aplicación de la Ley General de Educación, que manda a invertir anualmente el 16% del Presupuesto Nacional o el 4% del PIB, cual resultase mayor. Disfrutamos de un gobierno que ha asumido el compromiso contraído durante el efervescente período electoral y un pueblo que entiende que el desfase del sistema nacional, es el gran responsable de muchos males de esta enferma sociedad.

La posibilidad de recursos cuantiosos, comparado con lo que tradicionalmente se ha dedicado a la educación pública nacional, ha provocado una sensación de piñata de cumpleaños a la que hay que “entrale a cajetaso pa’que jondee” caramelos y “jugueticos de chuflai”.

La educación es complejo sistema de trasmisión de valores, conocimientos, historia y tradiciones, de cultura como pueblo y cultura universal, a más de muchos otros elementos para formar al ciudadano. Pero la labor en las aulas es solo parte de ella, siendo factor importante y complementario lo que le ofrece el hogar como espacio familiar. A los que nos tocó ser parte del alumnado de escuelas públicas, podemos aquilatar la enorme diferencia material que significa hoy el desayuno escolar, el suministro de libros y uniformes. Apreciamos también el valor del maestro de antaño, su vocación como educador.

La creciente irresponsabilidad de padres altera el calendario escolar caprichosamente, disponiendo el momento de que sus hijos irán a clases, dándoles lecciones tempranas de irresponsabilidad e incumplimiento. Esto, ya cultura de  irresponsabilidad, hace que los universitarios definan el inicio de clases en las privadas y en la particular universidad estatal, donde los profesores acuden cuando les viene en gana, sin que se les reclame o exija y en detrimento de los pocos estudiantes que asisten. El gremio de maestros ordena reuniones en horas de clases, como derecho a afectar alumnos, en tiempo pagado. Más grave se hace el asunto con viejas disposiciones del Ministerio que prohíben reprobar al niño porque no sabe leer, y así los encontramos hasta en el quinto curso. En la escuela rural, al margen de honrosas excepciones, esta situación de padres no comprometidos, de irresponsabilidades y falta de identificación con el proceso que afecta positiva o negativamente a sus hijos, toma ribetes dramáticos. Es notoria la ausencia comunitaria con ánimos de compromiso y la poca identificación con  las acciones del gobierno, de este en particular, claramente comprometido con una revolución educativa, sin ribetes politiqueros. Educación de calidad es mucho más que sombrillitas amarillas y 4%.

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