De las habichuelas a la función legislativa

De cara a la instalación del Congreso Nacional el 16 de agosto del 2012, señalé que uno de los principales desafíos institucionales del país, era el de cómo lograr que el Poder Legislativo asumiera el rol que le corresponde según la Constitución.&

De cara a la instalación del Congreso Nacional el 16 de agosto del 2012, señalé que uno de los principales desafíos institucionales del país, era el de cómo lograr que el Poder Legislativo asumiera el rol que le corresponde según la Constitución. El tiempo ha demostrado que los legisladores han hecho oídos sordos a esta preocupación y han preferido seguir repitiendo las prácticas tradicionales. De esta manera, se han olvidado de sus funciones de legislar, fiscalizar y representar a los ciudadanos que les han votado. Peor aún, aprueban y reforman leyes para reducir derechos y renuncian a su misión de servir de contrapeso ante los demás poderes del Estado.

Son muchos los recursos que el Congreso dedica a labores de asistencia social, sin que esta sea una de sus funciones. Los fondos para ayuda social y los regalos en fechas especiales, desnaturalizan los propósitos del Congreso Nacional. Esta ayuda del legislador no resuelve los problemas sociales, sino los suyos propios. Esto se logra mediante el desvío de una parte de estos fondos o como mecanismo clientelar que supone intercambio de regalos por lealtad, la cual debe expresarse en votos. Es decir, tenemos a políticos que aprovechan el Congreso y los recursos de los ciudadanos para estar todo el tiempo en campaña electoral.

El factor anterior introduce una profunda desigualdad en la competencia electoral. Nadie puede competir con un legislador en unas elecciones, a menos que no cuente con una gran capacidad para levantar recursos millonarios, incluso de fuentes ilícitas. Los legisladores que hablan tanto de respetar la Constitución, deberían predicar con el ejemplo. Estas prácticas clientelares, disfrazadas de ayuda social, deben ser definitivamente erradicadas. De no ser así, son los propios congresistas los que seguirán contribuyendo al creciente descrédito de una institución de tanta importancia para el buen funcionamiento de la democracia.

Si existe un interés real en combatir la pobreza y la situación de marginalidad en una parte importante de la población, los legisladores cuentan con armas poderosas para hacerlo. Ejemplo de ello lo constituye la aprobación de un presupuesto nacional en el que se dé prioridad a aquellas iniciativas que contribuyan a mejorar las condiciones de vida de la gente. La preocupación por las habichuelas con dulce, debe ceder espacio en la agenda del legislador a otros temas de mayor relevancia, como la ocupación de que la gente reciba atención digna en los hospitales. Es tiempo de terminar con el barrilito y el cofrecito en el Congreso y que los legisladores se empeñen en cumplir con su verdadero rol.

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