Momentos estelares de la obra de Gógol

Hay por lo menos cinco grandes momentos, cinco grandes hitos en la carrera literaria de Nikolái Gógol. El primero corresponde a lo que podría llamarse el período ucraniano, las obras de la etapa más reposada, apacible, que incluye a los celebrados&#8

Hay por lo menos cinco grandes momentos, cinco grandes hitos en la carrera literaria de Nikolái Gógol. El primero corresponde a lo que podría llamarse el período ucraniano, las obras de la etapa más reposada, apacible, que incluye a los celebrados relatos de “Veladas de Dikanka” o, si se quiere, “Veladas en una granja cerca de Dikanka” (1831-32). Incluye también al más célebre “Taras Bulba” (1935), una novela corta, cuyo título podría ser osezno si se irrespeta la ortografía.

Un segundo momento luminoso es el de las “Historias de San Petersburgo”, recopilación de cinco despiadados relatos urbanos escritos entre 1835 y 1842.

Las “Historias” no pasaron, por cierto, desapercibidas y generaron una gran corriente de opinión en pro y en contra, pero fue la publicación de “El inspector” en 1836 (el tercer gran momento) que lo situó en el ojo de la tormenta. Esta vez el público se dividió entre quienes lo amaban incondicionalmente y los que lo odiaban a muerte. Y, para peor, los que lo odiaban a muerte estaban en el poder.

Gógol “se afligió tanto que cayó enfermo y huyó al extranjero”, tuvo que coger las de Villadiego, tomó la vía del exilio, el autoexilio. Se estableció en “la divina Roma” donde al parecer fue feliz durante unos pocos años. Donde al parecer tuvo, según las malas lenguas, un breve amante. Allí donde también tuvo la desdichada ocurrencia de seguir escribiendo una de las obras más truculentas de la literatura (en el buen sentido de la palabra, si acaso lo tiene), un engendro titulado “Las almas muertas” o simplemente “Almas muertas” (1842). El libro lo publicó a su regreso a la Santa Madre Rusia y la reacción que provocó entre sus numerosos lectores y las altas esferas del poder lo volvió a llenar de espanto y remordimientos.

Es el momento estelar de su carrera, el mejor y el peor, el que tuvo más graves repercusiones y consecuencias en su vida y en su salud física y mental:

“Nunca había aparecido antes en Rusia una obra de tal categoría y magnitud artística. El efecto acumulativo de todas estas escenas, de todos estos personajes e incidentes resultaba desbordante; ¿eso era Rusia? ¿Era posible que semejante desfile de monstruosidades y bellaquerías correspondiera a la realidad? Miles de lectores consideraban que los protagonistas de ‘Almas muertas’ eran retratos vivientes de gente que todos conocían muy bien”. (Marc Slonim, “La literatura rusa”).

En lo que arrecian las diatribas y las polémicas Gógol sufre una nueva crisis de la que no logrará recuperarse, se desespera, siente terror por lo que dijo, por lo que dicen que dijo, por la forma en que interpretan o malinterpretan sus palabras, huye de nuevo a su adorada Roma, se da la fuga (el arte de la fuga, diría Sergio Pitol, su gran admirador), se refugia más que nunca en la religión y el misticismo.

El quinto momento de su carrera corresponde a la fase de la decrepitud. Gógol publica, a manera de desagravio, ‘un mea’ culpa imperdonable: “Pasajes selectos de la correspondencia con mis amigos” (1847).

Más que un ‘mea culpa’ fue realmente ‘un mea máxima culpa’. Trató de mear toda la culpa de su conciencia culpable, inocentemente culpable. Renegó de su obra:
En “Pasajes selectos de la correspondencia con mis amigos” Gógol “defendía la autocracia, la servidumbre, la pena capital, la Iglesia Ortoxa Griega, la virtud de la obediencia y la conformidad, es decir justamente el orden que había desenmascarado tan por completo en ‘El inspector’ y en ‘Almas muertas’”. (Marc Slonim, “La literatura rusa”).
Todo lo anterior lo resume Trovski de otra manera pero es más o menos lo mismo:

“Gógol inició su gran contribución a la literatura rusa con ‘Las veladas en la granja’, creación de juventud, transparente, pura, lozana como una mañana primaveral, ‘alegres canciones’ en el banquete de la vida aún inexplorado; se alzó después hasta la gran comedia, y el poema inmortal de la Rusia burocrática y terrateniente, y acabó con el grave y estrecho moralismo de la Correspondencia con los amigos. En apariencia no hay ningún puente psicológico entre las etapas extremas de esta trayectoria”. (Artículo publicado por L. Trotsky el 21 de febrero de 1902 en el número 43 de la revista Vostóchnoe Obosrénie).

El exordio

“Su primera salida al campo literario demuestra claramente que (Gógol) está muy lejos todavía de comprender la función social y humana del arte. ‘Hand Küchelgarten’, su primera obra, escrita bajo la influencia de los románticos alemanes, es un poema idílico, de corte autobiográfico. El protagonista es un joven, sediento de gloria, que huye de la ciudad en que ha nacido y deja las dulzuras de un amor para recorrer el mundo. La primera obra de Gogol, publicada con el seudónimo de Alov, es acogida con indiferencia glacial por el público, en tanto que los pocos críticos que fijan la mirada en ella la vapulean sin misericordia.

Gogol acepta, con ejemplar firmeza, su penoso fracaso y recoge de las librerías la edición casi entera para entregarla, con pulso sereno, a la voracidad del fuego. Lo mismo hará, por otras razones, veinticuatro años después, con la segunda parte de su novela genial ‘Las almas muertas’.

“Es así como la obra de Gogol se extiende entre dos fuegos. El que devora su obra primeriza, en un gesto soberbio que borre su fracaso, y el que consume la última, en un intento, preñado de soberbia y humildad, de acabar con toda su obra, con su arte mismo”. (Adolfo Sánchez Vázquez, “Miseria y esplendor de Gógol”).

Y sí, trágicamente, toda la obra de Gógol está, perfectamente enmarcada entre dos fuegos. Gógol era, sin duda, incendiario.

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