La muerte de Kim Jong Il

Cuando Kim Jong Il asumió el poder en el 1994 contaba con 52 años de edad y había pasado los últimos treinta de su vida…

Cuando Kim Jong Il asumió el poder en el 1994 contaba con 52 años de edad y había pasado los últimos treinta de su vida preparándose para ese momento bajo la égida del fundador del régimen, su padre, Kim Il Sung. Era la primera sucesión dinástica en el régimen “comunista” norcoreano.

Hoy, ante la muerte del enigmático y muy peculiar líder norcoreano, de 69 años, quien estuvo al frente de aquel famélico y empobrecido país por espacio de 17 largos años, ocurrirá, tal y como lo indican los aprestos desde el arca del poder, la segunda sucesión dinástica con el peligroso ingrediente de que la persona a la que el mismo Kim Jong Il ha elegido para sucederle, su hijo menor Kim Jong Un, es tan solo un veinteañero cuya preparación para asumir la dirección de este controversial sistema de dirección estatal no llega a tres años. La península coreana es, como Cachemira en la India y Pakistán, un punto de peligro latente en la estabilidad no solo de las dos Coreas, sino también de esta zona asiática y de las relaciones entre China, Japón, Rusia y los Estados Unidos.

La opinión pública internacional ha sido testigo de las recurrentes amenazas de Corea del Norte hacia sus vecinos y de los ataques que en el 2010 se produjeran sobre una isla perteneciente a Corea del Sur, además del hundimiento, por parte de los primeros, de un barco surcoreano para la misma época. Estos ataques coincidían justamente con la introducción de Kim Jong Un a la poderosa Comisión Nacional de Defensa y su presentación como posible sucesor de su hoy fenecido padre.

Viéndolo en retrospectiva, es posible afirmar que estas iniciativas irreverentes a la paz de esta zona de Asia obedecían, en su momento, a la intención del régimen de Pyongyang de, además de mostrar que su capacidad bélica no había sido disminuida a consecuencia de las negociaciones con los Estados Unidos para la reducción de armamento nuclear, consentidas, llevadas a cabo por momentos e interrumpidas por las veleidades antojadizas de Kim Jong Il, presentar al mundo con un movimiento contundente a la persona que se encargaría de continuar la obra de terror, misterio y prácticas abominables con las que se ha identificado por todos estos años este régimen.

El peligro que se cierne sobre la península coreana y sobre la zona de Asia del Este es inminente. En principio, Kim Jong Un, sucesor manifiesto del status quo actual en norcorea, deberá sortear los desafíos que a nivel interno le deparan los días siguientes, en los que deberá establecer su capacidad de liderazgo y su temple en la dirección de un Estado cuyos ciudadanos mueren de hambre por un lado y, de miedo, por otro, a un régimen que ha sabido aprovechar su capacidad nuclear para chantajear y esquilmar en innúmeras ocasiones a la comunidad internacional a cambio de recursos energéticos, dinero, alimentos, whisky, coñac, costosos vinos, etc., con la amenaza de atacar a sus vecinos más próximos, Japón y Corea del Sur.

Luego de que este veinteañero resuelva su nido de poder interno deberá, según la práctica de ese régimen hasta este momento, enviar una señal al exterior de que aun siguen vivos y de que mantienen la intención de vivir a costa del miedo y del terror, única vía posible de sobrevivencia para ellos pues su país parece un enclave medieval en medio de la modernidad de Asia. Y para ello, a menos que sus aliados en la zona, China y Rusia, le disuadan, habrán de cometer la imprudencia de atacar, o por lo menos provocar un conflicto con Corea del Sur o con Japón parapetados en su cacareada intención de poseer algunas islas y parte del mar que los divide con sus vecinos.

De manera que, el ambiente de inestabilidad que podría desbrozarse sobre esta zona es sumamente alto, máxime cuando Corea del Sur y Japón mantienen altos estándares de amistad con los Estados Unidos quienes los han representado en casi todas las negociaciones con Pyongyang, mientras que Corea del Norte es aliada, socio comercial y prácticamente una carga para China y Rusia, con quienes comparte frontera. O sea, fácilmente puede observarse la profundidad posible de conflicto que en esta zona de Asia y a nivel mundial podría traer como consecuencia una inestabilidad manifiesta allí.

Por otro lado, y como una intención solidaria nuestra, ojalá que Kim Jong Un no revalide la abominable costumbre de su enigmático y excéntrico padre de secuestrar japoneses para que le preparen sushi, para congratular a sus soldados o estudiar su manera de pensar.

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