Ojo con las cárceles

Ya son tan frecuentes los hechos de violencia que ocurren o se planifican en las cárceles dominicanas que, por más escandalosos que sean, ni sorprenden. La capacidad de asombro de las cosas que ocurren en los centros penitenciarios dominicanos se…

Ya son tan frecuentes los hechos de violencia que ocurren o se planifican en las cárceles dominicanas que, por más escandalosos que sean, ni sorprenden. La capacidad de asombro de las cosas que ocurren en los centros penitenciarios dominicanos se ha perdido, lamentablemente.

La muerte el pasado viernes del recluso José Miguel Rodríguez Almonte, alias Job, es un eslabón más de una cadena de hechos que incluyen asaltos a recintos carcelarios y fugas espectaculares, cual si se tratara de películas sobre el bajo mundo.

El hecho ocurrió en el Centro de Corrección y Rehabilitación de Monte Plata y según la versión dada por la Procuraduría General de la República, la muerte del recluso fue durante un clásico intercambio de disparos con agentes de la Policía que custodian el penal, quienes se disponían a realizar una requisa en la celda y habrían sido recibidos a tiros por el prisionero.

Es una historia confusa, que por las circunstancias que la rodean, merece una investigación más profunda, para que se expliquen ciertas cosas no muy claras. Primero se vincula al recluso muerto con el asesinato del periodista Blas Olivo, un hecho que para familiares y el Colegio Dominicano de Periodistas, su solución o resultados de la investigación, requieren de mayor profundidad. Es decir, que la versión de la Policía ha dejado dudas, al menos en cuanto al móvil de la muerte del comunicador.

Pero también el recluso muerto en la cárcel de Monte Plata ha sido sindicado como jefe de sicarios de la red del capo puertorriqueño José David Figueroa Agosto. En cualquiera de las versiones indicadas, se trataba de un recluso de cierta peligrosidad, que debía ser objeto de un tratamiento especial.

Lo que más llama la atención es que con tan poco tiempo de reclusión en ese penal ya el prisionero se la había arreglado para hacerse de un arma de fuego dentro de la cárcel. Ha sido casi “normal” que los reclusos fabriquen armas punzantes con barrotes y otros objetos que obtienen hasta de las camas del penal, pero tener un arma de fuego ya es otra cosa, muy preocupante.

Ya no son sólo los privilegios que siempre han tenido los delincuentes de cuello blanco, con facilidades de confort y hasta de recepción de visitas para encuentros íntimos fuera de las celdas conyugales. Se trata de la posibilidad de que los delincuentes, que ya han estado dirigiendo sus actividades delictivas desde las cárceles, ahora también tengan su propio arsenal. ¡Ojo con eso!… l

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