Esa mañana el automático del portón de mi vivienda no funcionó. La gata salió de la casa por descuidarme con una puerta y defecó donde mi vecina. Súbitamente se averió una puerta trasera de mi carro y no cerraba. Conseguido un arreglo provisional, el reparador instruyó no abrirla. Horas después regresaba del supermercado y al disponerme a sacar paquetes ¡gran zoqueta! Abrí la condenada puerta vehicular, que de nuevo no cerró. Maldecía estresada por tanto lío de puertas, cuando tuve comunicación con una relacionada muy determinante de quien me había alejado. “Las puertas siempre están abiertas para ti”, me expresó. Noté que en medio de un laberinto no faltó una puerta despejada y me sonreí.

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