Rescatemos las Ruinas de San Francisco

El Monasterio de San Francisco, cuya construcción fue iniciada a principios del siglo 16, ha sufrido, a través de sus 5 siglos de existencia, los efectos directos de los huracanes, de los fuertes terremotos de 1673 y 1751, de los asaltos de piratas,&#82

El Monasterio de San Francisco, cuya construcción fue iniciada a principios del siglo 16, ha sufrido, a través de sus 5 siglos de existencia, los efectos directos de los huracanes, de los fuertes terremotos de 1673 y 1751, de los asaltos de piratas, de intensas batallas, y, mayormente, del cálido clima tropical que calienta la piedra caliza coralina durante todo el día y la enfría y humedece durante toda la noche, provocando un permanente efecto de meteorización que deteriora la capacidad cementante de la argamasa utilizada por los constructores para levantar los imponentes muros de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, empujándole a convertirse en deterioradas y descuidadas ruinas de lo que fue ayer, y que por la acelerada degradación de sus paredes van camino a desaparecer.

Representa una vergüenza internacional para la sociedad dominicana, el hecho de que una majestuosa obra arquitectónica, ingenieril, histórica, católica, cultural y patrimonial, levantada para albergar a los primeros sacerdotes franciscanos que llegaban al nuevo mundo para enseñarnos a orar, durante décadas se haya mantenido olvidada, descuidada, maltratada, abandonada y transitando cuesta abajo por el sendero del deterioro y la pérdida de valor patrimonial, al extremo de que ya todos le conocemos como ruinas, algunos la defienden como ruinas, y otros abogan para que sigan siendo ruinas en camino a su destrucción total, cuando esa estructura bien pudiera ser un valiosísimo monumento arquitectónico colonial, digno de visitar.

La realidad nacional demuestra que a muy poca gente le interesa visitar ruinas, y para confirmarlo basta preguntar ¿cuántos turistas visitan las ruinas de la Isabela?, al oeste de Puerto Plata, primer asentamiento de los colonizadores; ¿cuánta gente visita las ruinas de Santiago de los Caballeros?, en Jacagua; ¿cuánta gente visita las ruinas de La Vega?, en el centro del valle del Cibao, y ¿cuánta gente visita las Ruinas del Monasterio de San Francisco?, en el extremo noreste de la Ciudad Colonial, y la verdad es que muy poca gente visita ruinas, y por ello los patrimonios arquitectónicos son bien conservados y restaurados para evitar que se conviertan en ruinas.

Si la Catedral de Santo Domingo y el Alcázar de Colón no hubiesen sido intervenidos y restaurados, una y otra vez, para contrarrestar los daños ocasionados por los fenómenos naturales, por los ataques piratas, por las guerras y por 5 siglos de inclemencias del clima tropical, ya estarían en ruinas, como el Monasterio de San Francisco, con el agravante de que fruto de la acción de meteorización local, la cual se acelera con veranos cada vez más calurosos, las paredes de mampostería, remanentes del Monasterio de San Francisco, cada día tienen menos capacidad física para resistir los ataques de los huracanes y de los terremotos, y cada día están más expuestas al colapso total, ya sea con el próximo fuerte terremoto, o ya sea con el próximo fuerte huracán.

La sociedad dominicana, la Presidencia de la República, los ministerios de Turismo y de Cultura, y la Iglesia Católica, están en el deber de asumir, de manera firme, y con el mayor rigor profesional, la restauración inmediata y total de las Ruinas del Monasterio de San Francisco, pues del mismo modo en que nuestros antecesores supieron restaurar las edificaciones coloniales que hemos heredado para exhibirlas con orgullo frente a toda la humanidad, las presentes generaciones estamos en la obligatoriedad de restaurar toda estructura colonial que hoy esté maltratada, deteriorada y abandonada, para que cada una de ellas pueda durar muchos siglos más, pues no debemos pensar que esas edificaciones coloniales son de propiedad exclusiva de las presentes generaciones, y que con la muerte de nosotros también deben morir esas estructuras que simbolizan la arquitectura, la ingeniería, la cultura y la fe de los primeros colonizadores de nuestra isla y de nuestra América.

Dejar que las meteorizadas y debilitadas paredes de las Ruinas del Monasterio de San Francisco colapsen con el próximo terremoto, o con el próximo huracán, sería una gran irresponsabilidad que estaríamos exhibiendo como sociedad.

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