La desigualdad está generando preocupación en muchas partes del mundo porque las graves fracturas sociales que han producido se están expresando en fuertes tensiones y polarización política. Esto está sucediendo tanto en países ricos como Francia y el Reino Unido como en otros de ingresos medios y bajos como Chile o Haití.
Globalización y desigualdad

Aunque la desigualdad no es nueva, en la era de la globalización ha adquirido niveles dramáticos, entre otras razones porque la liberalización de las finanzas, las inversiones y el comercio internacional les dio una gran movilidad a las corporaciones transnacionales. Esa libertad, que no disfruta la fuerza de trabajo, les dio a éstas una capacidad de negociar con los Estados desde posiciones mucho más ventajosas que en el pasado sobre las condiciones en que los países reciben inversiones y créditos y les ha permitido obtener beneficios mucho mayores.

El resultado ha sido el empoderamiento y el enriquecimiento obsceno de unas élites financieras a cosa del resto. Además de las finanzas, esas élites también controlan las corporaciones industriales y de servicios a través de la propiedad accionaria.
Han tenido tanto poder que, con sus acciones anti regulatorias, crearon las condiciones para que estallara la gran crisis global de 2008, estafaron a millones de personas y, en lo fundamental, se salieron con las suyas.

Ciertamente, también hay dinámicas nacionales de desigualdad que no tienen que ver directamente con los cambios globales. Esto es claro en América Latina que ha sido, por muchas décadas y antes de la globalización, la región más desigual del mundo. Sin embargo, con la globalización económica, se creó un entramado mundial que, además de incrementar la desigualdad global, la ha exacerbado dentro de los países a medida en que las economías se han integrado más intensamente a los mercados globales bajo esas condiciones.

Repensar el orden

Generalmente, el auge económico anestesia los efectos sociales de la desigualdad, como ocurrió en América Latina desde inicios de la década pasada hasta inicios de ésta. Pero cuando las economías entran un período de bajo crecimiento o de recesión franca, como en la actualidad, el efecto se pierde, la frustración social se expresa con más fuerza, el orden social es desafiado, frecuentemente en las calles, y aparece la inestabilidad política.

En ese momento, si no desde antes, urge repensar ese orden y proponer uno nuevo que prometa, de forma creíble, mayores niveles de justicia social, una prosperidad más compartida y mayor protección a quienes son más vulnerables frente a las adversidades.

La desigualdad extrema que vemos no es natural. No es un simple resultado del mercado de trabajo, de que las personas tengan productividades distintas y de que el mercado valore de manera muy diferenciada las distintas capacidades de las personas, aunque eso sea parte de la historia. Tampoco es sólo resultado del cambio tecnológico que ha llevado a la obsolescencia a industrias, a empresas y a personas. Es en mucho el resultado de un arreglo de poder que les ha dado ventaja a unos y ha puesto en desventaja a otros.

Antecedentes en la República Dominicana

En el país, al igual que en muchos otros, la desigualdad tiene sus orígenes en la propiedad o el control de los activos productivos más importantes por parte de unos pocos, especialmente a partir de la emergencia de la economía azucarera a fines del Siglo XIX. El período de Trujillo fue muy particular porque se dio una concentración sin precedentes de la riqueza y del poder en manos de una sola persona.

A éste le siguió un período de industrialización en el que se desarrolló una burguesía nacional que capturó el grueso de los beneficios del crecimiento. Fue favorecida por políticas que les permitió ser la gran beneficiaria del excedente azucarero y acumular a costa de otros sectores de la economía como la agricultura y a costa de los asalariados.

A partir de la segunda mitad de los ochenta, la emergencia de nuevos sectores de exportación (zonas francas y turismo) así como la diversificación económica hacia servicios recompuso y amplió el espectro de la élite beneficiaria y la internacionalizó. La devaluación y la apertura comercial pusieron a la industria y a los asalariados en el lado perdedor, al tiempo que las reformas posteriores, en los noventa, diversificaron los mecanismos de captura de riqueza. Lo que sigue es algunos de esos mecanismos que mayor gravitación tienen en este momento.

Los mecanismos de la desigualdad

La inserción internacional del país, exportador de manufacturas intensivas en trabajo poco calificado y de servicios turísticos, contribuye a mantener anclada la desigualdad en niveles elevados porque pone a depender la competitividad internacional de los bajos salarios. Ese tipo de inserción es una barrera para lograr incrementos continuos del salario real. Romper esa lógica supondría un esfuerzo deliberado por cambiar la canasta exportadora hacia una en la que el peso de los bienes y servicios con mayores contenidos tecnológicos sea más elevado.

La prevalencia de oligopolios y prácticas monopolísticas es otro de los mecanismos que con más intensidad actúan acrecentando la desigualdad. Esta es una economía muy oligopolizada en la que dos o tres empresas imponen precios a los consumidores y bloquean la competencia. El resultado es que unos pocos generan rentas elevadas a costa de muchos. La prevalencia de oligopolios y prácticas monopolísticas en esta economía se debe en su pequeñez, pero también a las débiles políticas de enfrentarlas.

El sector financiero no escapa a esa realidad. El sector bancario es altamente concentrado y muy rentable. Solo tres bancos tienen un enorme dominio del mercado. Las implicaciones son enormes porque los altos tipos de interés reales resultantes los paga la totalidad del resto de la economía y el Estado (léase los y las contribuyentes) vía la deuda pública doméstica.

La política monetaria contractiva también está contribuyendo a sostener la inequidad porque garantiza enormes beneficios al sector financiero que compra los títulos del Banco Central y obtiene atractivas rentas de ellos y contribuye a elevar las tasas de interés. La deuda del organismo emisor terminará pagándola los contribuyentes. Obviamente, un desborde monetario sería aún peor para la inequidad. En este tema no hay soluciones fáciles o inmediatas, pero cualquiera pasa por desmontar la deuda del Banco Central para contar con una política monetaria más flexible y procrecimiento, y porque el fisco asuma su responsabilidad.

Del mismo modo, el modelo de seguridad social que nos hemos dado es profundamente concentrador y despoja de riqueza a los asalariados. En salud, les da un enorme poder a los intermediarios financieros para imponer condiciones a los proveedores de servicios de salud y a las personas afiliadas, agregando poquísimo valor. Esto resulta, entre otras cosas, en denegación de servicios y altos copagos. En pensiones, está bien documentado que es el sector financiero el principal beneficiario del manejo de los fondos, y no los afiliados, que son los dueños. Si se quiere una sociedad menos desigual, hay que cambiar ese modelo.

La baja carga tributaria promedio es también un serio escollo para enfrentar la desigualdad, así como las fuertes inequidades tributarias que existen. Sin más recursos, no es posible contar con un Estado que provea bienes públicos para todos y servicios sociales indispensables para los más pobres.

La educación diferenciada es otro mecanismo que perpetúa la inequidad y un ejemplo de cómo la mala calidad del gasto público forma parte de la ecuación. Cuando la educación pública y una parte significativa de la educación privada, la de menores precios, es de baja calidad, mientras la educación privada de más alto precio es de mayor calidad, se está generando una enorme brecha en las capacidades y las oportunidades de las personas. Estas terminan contribuyendo a ahondar las brechas sociales, muy a pesar de que se gaste una proporción considerable del presupuesto público en educación para los pobres.

La inmigración irregular también profundiza la desigualdad. Coloca a los inmigrantes en el fondo de la estratificación social y de la escala salarial, y con ello a aquellos no inmigrantes, muchos o pocos, que compiten en el mismo mercado. Se benefician quienes los contratan y quienes compran bienes y servicios producidos por ellos.

La discriminación de las mujeres y de los jóvenes se suma a los mecanismos que agravan la desigualdad, en este caso entre hombres y mujeres y entre adultos y jóvenes. Hay una cultura que hace que se les pague menos a las mujeres por el mismo trabajo y que ellas y los jóvenes tengan menores oportunidades labores. Alguien se beneficia de eso.

Por último, la corrupción es un mecanismo por excelencia de concentración de la riqueza porque no son los pobres quienes se benefician sino quienes pagan los costos. En nuestro caso, la corrupción está instalada, es parte del sistema y exacerba su naturaleza concentradora de riqueza.

De lo anterior se deduce que la dinámica de esta economía es intrínsecamente concentradora y que romper con ella demanda un amplio conjunto de reformas: una nueva política de desarrollo productivo que ponga énfasis en el aprendizaje y el cambio tecnológico, enfrentar las prácticas anticompetitivas, liberar al Banco Central de su deuda y lograr una política monetaria más flexible y procrecimiento, reformar a profundidad la seguridad social, aumentar notablemente las recaudaciones y mejorar radicalmente la calidad del gasto público, regular con efectividad la inmigración, enfrentar la discriminación y acabar con la impunidad por actos de corrupción en el Estado.

Pero lograr todo eso requeriría un gran cambio en la correlación de fuerzas porque no es más que el poder de algunos lo que le da sustento al estado actual de cosas. Ese contrapoder hay que seguirlo construyendo.

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