Un caro y acucioso amigo me envía un interesante artículo de un economista argentino-chileno –Paul Fontaine (“liberal”, político e interactivo -polémico- de redes sociales) que versa sobre la actual pandemia, sus implicaciones sociales, económicas y la suerte de determinismo ineludible que acompaña al hombre: la muerte.
Hasta ahí, todo va bien, pero, como la mayoría de los economistas, termina en un reduccionismo espantoso: haciéndose eco de “comentarios” –filosofía de borracho- de que, como todos vamos a morir de algo (“cáncer”, “violencia”, “hambre”, etc.); aunque ése algo, agrego yo, sea “muerte natural”. No sé porque, y me perdonan los economistas, su oficio tiene mucho de quiromancia, hechicería o de pájaro de mal agüero, pues siempre andan presagiando desgracias o catástrofes. ¡Ni agentes funerarios que fueran!

Cierto, no hay discusión: la economía es prácticamente el sostén medular, si se quiere, de la sostenibilidad de la especie humana, y así ha sido de civilización en civilización, o más bien, desde la comunidad primitiva hasta el capitalismo salvaje o globalización que caracteriza esta post-modernidad. Sin embargo, la economía, en el fondo, es una proyección de utilidades, mercados y ganancias que debería tener como centro al hombre –y su matemática: distribuir mejor-; aunque el historiador Yuval Noah Harari, y sus pronósticos, a corto plazo, no sean tan halagüeños, nos convoca, ante la pandemia, a ser solidarios y llama al concurso -¡urgente!- de las grandes economías –G-20- a tomar acciones para buscar alternativas paliativas –globales- focalizadas hacia las economías más vulnerables, geografías subdesarrolladas o en vía de desarrollo. ¡Pero ni caso!

Entonces, el dilema no es sólo económico, sino también, matemático: cómo lograr, ante la pandemia, la menor cantidad de bajas humanas posibles haciendo que los más afortunados –no importa las razones: histórica, de disciplina y planificación; de riquezas naturales o situación geográficas privilegiadas- asuman, equitativamente, parte del costo global de una razonable y preservadora cuarentena. Por supuesto, sabemos, dolorosamente, que, estadísticas frías y contables, serán inevitables. Pero, por lo menos, que la historia registre algún altruismo global y no el “sálvese quien pueda”.

Pero también, la clase política -sus líderes- están desafiados y por más que quieran refugiarse en nacionalismo o jugar a la indiferencia ventajosa, la historia les ajustará cuentas; o quizás, si todo se sale de madre, terminen ahogándose en abundancia. Que sería otra forma de morir…

En nuestro país, hace falta de lo mismo: más altruismo y pensar -¡todos!-: la pandemia, las elecciones y los plazos: posibles reformas; o peor, seguir escuchando políticos-economistas –pájaros de mal agüero (“pobladas”, Zorro-bulo apócrifo, recetas vencidas o qué ochocuantos….)-.

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