Las hordas del populismo peronista se aprestan, una vez más, a sellar la destrucción de una nación que hace 123 años exhibía el mayor ingreso per-cápita del mundo. Para algunos, el retorno ha sido promovido por la incapacidad del gobierno de centro derecha de Macri de sacar a Argentina del atolladero económico que heredó. En parte, por el excesivo gradualismo adoptado por el temor al costo político de un golpe radical de timón en las políticas económicas, en un país donde el peronismo es la estructura dominante en el genoma de una buena parte de la población. La reciente humillación sufrida por Macri en las elecciones primarias del domingo 11 de agosto, y el inminente retorno del populismo kitchneriano, han abierto de nuevo las compuertas a la devaluación rampante y a la fuga de capitales. Todo apunta a que la otrora economía argentina, antes de que culmine la devastación de la nueva horda populista en el 2023 o 2027, seguirá bajando en el ranking mundial del ingreso per-cápita, cayendo desde la posición 66 que ocupó en el 2018 a la 70 o más.

Un poco más arriba y a la izquierda, otro Quijote de la izquierda populista latinoamericana lleva a cabo una lucha contra los molinos del neoliberalismo a los cuáles acredita todas las desgracias de los mexicanos, comenzando con el lento crecimiento, seguido por la inequidad distributiva y la pobreza, continuando con la corrupción y no lo descarten, el sargazo que ha puesto en jaque el turismo de playa en México. Las cifras oficiales y del FMI muestran que la desaceleración de la economía mexicana es marcada. Luego de haber crecido a una tasa anualizada promedio de 2.6% en el 2014-2018, en el primer año completo del gobierno populista y abiertamente anti-empresarial de López Obrador, apenas llegará a 0.9%. El populista dice no creer en la estimación pues esta emana de organismos internacionales socios del neoliberalismo.

Más atrás en el tiempo, encontramos los estragos provocados por el populismo bolivariano, todavía más la izquierda del kitcheriano y lobradiano. No existe en la historia latinoamericana un programa de izquierda populista que haya generado más destrucción de riqueza y generación de pobreza que el ejecutado por el chavismo-madurismo en Venezuela. Durante el período 1980-1997, Venezuela lideró la región en el ranking del ingreso per-cápita (PPA). En el 2018, iba por la posición 13 y bajando.
Mientras eso ocurre en tres de las economías más grandes de la región, la República Dominicana ha ido construyendo desde 1966 una historia de progreso económico y social que algunos comienzan a tildar como el milagro económico dominicano. Cuando se analiza la evolución de las políticas económicas que ha seguido República Dominicana, no encontramos diferencias significativas con las adoptadas por los países de la América Latina que han abrazado el sentido común y la racionalidad económica para definir sus respectivas cartas de ruta hacia el desarrollo integral. Lo que si encontramos es una sucesión de gobernantes que en cualquier parte del mundo serían catalogados como de centro derecha, defensores de la economía de mercado, promotores de la inversión privada nacional y extranjera, conscientes de la importancia de finanzas públicas sostenibles y cuentas externas equilibradas. Todos han reconocido que mientras la presión tributaria se mantenga en la vecindad del 12%-15%, el gasto público seguirá siendo, después del de Guatemala, el más bajo de la región, pues forzarlo más allá de lo que permitirían los ingresos fiscales y un endeudamiento razonable, abriría las compuertas a una seria crisis macroeconómica. Ese convencimiento generalizado de nuestra clase gobernante ha sido, sin lugar a dudas, el origen del milagro.

Joaquín Balaguer, Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco, Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina han recibido el mandato del pueblo para liderar nuestro camino indetenible hacia el desarrollo integral durante los años 1966-2020. Los inversionistas nacionales y extranjeros que apostaron a República Dominicana, hoy perciben que tomaron una de las mejores decisiones de inversión al colocar su capital en la geografía que hace años dejó de ser el secreto mejor guardado del Caribe.

Esta cadena de gobernantes dominicanos se ha aferrado al sentido común y a la racionalidad económica, consciente de que el catecismo de la izquierda populista es una alternativa conducente al caos. Pero, sobre todo, nuestros gobernantes han demostrado conocer a fondo cómo piensan y sienten los dominicanos. Saben que, entre todos los latinoamericanos, los dominicanos son quienes más se auto-ubican de derecha (Latinobarómetro, 2016). Observan, además, que 7 de cada 10 dominicanos consideran que la economía de mercado es el único sistema con el cual República Dominicana puede llegar a ser un país desarrollado (Latinobarómetro, 2013). Ningún político, en su sano juicio, se atrevería a plantear que todo está mal y que hay que dar vueltas al modelo que se ha seguido durante los últimos 50 años en un país cuya población, entre todas las de la región, es la que más reconoce el progreso que ha tenido lugar (Latinobarómetro, 2016). Mucho menos sabiendo que los dominicanos afirman ser los latinoamericanos más satisfechos con su vida (Latinobarómetro, 2016). Perciben, además, que a pesar de las opiniones pesimistas y negativas que tienden a ser recogidas por la prensa y las redes sociales, el 59% de los dominicanos se auto-clasifica perteneciente a las clases sociales alta y media, y sólo el 39% se autodenomina de clase baja, el porcentaje más bajo en la región, igualado únicamente por el de los costarricenses (Latinobarómetro, 2018). Cualquier duda que pudiesen tener se desvanece cuando perciben que 9 de cada 10 dominicanos tiene una muy buena (buena) opinión sobre los Estados Unidos (Latinobarómetro, 2011). Definitivamente, la izquierda populista dominicana tiene el camino cerrado.

Cuando observamos las ofertas electorales para el 2020 representadas por los aspirantes a la candidatura presidencial con más posibilidades de salir triunfantes de las contiendas internas de sus partidos, podemos asegurar a los inversionistas nacionales y extranjeros que la República Dominicana continuará avanzando por el sendero que conduce al desarrollo integral. En el caso del PLD, sus aspirantes más conocidos y con mayores posibilidades, son de pensamiento económico conservador. Nadie vislumbra a Leonel Fernández, Gonzalo Castillo, Reinaldo Pared, Francisco Domínguez Brito, Andrés Navarro, Temístocles Montas o Radhamés Segura abrazando las políticas económicas que se enseñan en la “Maduro School of Nonsense Economics”. Lo mismo observamos en el caso de Luis Abinader e Hipólito Mejía en el PRM, dos líderes políticos creyentes en la economía de mercado y en el sentido común. Incluso, y a pesar de sus dramáticos videos, el líder reformista Quique -The Matrix- Antún, es un político esencialmente de derecha y de economía social de mercado.

República Dominicana ha sido, es y seguirá siendo el resguardo más seguro y rentable en la América Latina y el Caribe para los capitales de inversionistas nacionales y extranjeros. Muchos capitales venezolanos expulsados por el populismo bolivariano de Chávez y Maduro, pueden atestiguarlo. Agradezcamos pues a los mexicanos que eligieron a AMLO y a los argentinos que se aprestan el próximo 27 de octubre al reencuentro con la catástrofe que ofrece el populismo kitchneriano, por las oportunidades de crecimiento adicional que nos ofrecen al ahuyentar capitales que debemos comenzar a cortejar, ofertándoles la estabilidad y el crecimiento de un país donde los inventos de la izquierda populista son incompatibles con el genoma de su población.

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