Mientras los dominicanos nos encontramos inmersos en un proceso electoral, Haití se convierte en bomba de tiempo de explosión social. Estrenamos una nueva modalidad de separar comicios municipales de presidenciales y congresuales, luego de la anulación del certamen electoral del pasado 16 de febrero.

Uso pleno de una democracia sometida a duras pruebas, al tiempo que las juventudes e inconformes se expresan, sin el matiz violencia que ha caracterizado esos movimientos en el país del oeste. En los últimos meses el primitivismo violento ha encontrado causas para expresarse con brutalidad sangrienta, rozando el caos. El gobierno de Jovenal Moise muestra profundas debilidades, aunque sí suficiente tenacidad y resistencia para no abandonar el poder, dejándolo a bandas con ropaje político que ahondarían los graves peligros sobre ese país. La comunidad internacional tiene el compromiso de continuar dando soporte a su gobierno democrático, dentro del marco de carencias que caracteriza a Haití.

El enfrentamiento entre policías “inconformes por condiciones de trabajo”, contra un novel ejército que da muestras de fidelidad, es lucha que suma muertos a los ya numerosos de las llamadas “protestas”. Mientras el Banco Central dominicano anuncia un promisorio desempeño de la economía criolla, Haití se encuentra al borde de la paralización con las imprevisibles consecuencias de un sistema productivo colapsado, un país sobrepoblado con enormes carencias, de naturaleza y ánimos violentos, frente al riesgo de una hambruna destructiva. El mundo anda resolviendo el problema individual de una amenazante pandemia y no puede ni voltear la cara hacia un país que no es capaz de superar sus propios problemas, que navega en sentido contrario del resto de la América Latina. Están montados en una ola política donde el único objetivo es el caos desangrante como vía hacia el poder, al fracasar en las rutas democráticas. La nación dominicana está llamada a pagar las consecuencias de una explosión social con hambruna generalizada. El Gobierno haitiano cerró la frontera con el pretexto de evitar el contagio del coronavirus desde nuestro país, sin considerar que los casos que aquí se han presentado son importados y que no luce haber contagio inter local aún.

Este cierre implica graves perjuicios para el haitiano más pobre, en función de los productos que importa desde el nuestro, soslayando lo que significa para empresas dominicanas de producción con esquemas basados en la demanda haitiana. ¿Qué esperar frente a una oleada de miles de haitianos huyendo de su país hacia el este, ante la presión del hambre y la violencia? La supervivencia justifica actos desesperados como opción válida y de eso se trata. Estamos ajenos a la creciente presión social haitiana, luchando con nuestras propias realidades inmediatas y bajo la presión de una pandemia que pudiera hacer colapsar un sistema de salud, frágil.

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