Educar sale de la palabra latina “ducere”, conducir, guiar. Esa es la tarea del maestro y de la maestra: guiar los estudiantes, los jóvenes, quienes serán los futuros ciudadanos y ciudadanas de un país, en el camino difícil y maravilloso del conocimiento y del crecimiento.

El chofer es quien maneja de noche, cuando todos los demás duermen en el autobús. El guía es quien recorre el sendero primero y después regresa a buscar quien se atrasó, quien saca el machete y limpia la vía, quien se preocupa del agua, del botiquín y chequea las condiciones meteorológicas para que un temporal no sorprenda al grupo en medio de una loma.

Pero, ¿qué pasa si de repente el chofer se tira del carro? ¿Si el guía abandona el grupo?

El carro sin guía choca. Los caminantes se quedan perdidos, sin agua ni medicina. Se enferman. No logran llegar a la meta.

Sin docentes en el aula nuestro futuro corre rápido hacia la deriva. Sin docentes en el aula nuestro mañana está enfermo y en peligro de muerte.

En una mala interpretación de Maquiavelo nos dijeron que los fines justifican los medios. Pero no es así. La calidad moral de una lucha se determina por la calidad moral de los instrumentos utilizados para perseguir el fin. Una batalla no puede ser buena si para ganarla se usan instrumentos que afectan a los demás.

Deseo que el 2018 sea recordado como el año en que el cuerpo docente dominicano hizo propio el propósito de construir el mejor mañana posible, sin renunciar a la lucha por sus derechos, pero demostrando que el país está repleto de guías comprometidos que no aceptan abandonar a sus estudiantes en el medio del sendero.

Y como dice la canción: a la meta llegamos cantando o no llega ninguno

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