Lissangie Féliz Matos
Especial para elCaribe

En primer lugar, para conocer y comprender de mejor manera nuestra historia, es importante que conozcamos acerca de nuestro autor, porque como bien sabemos, muchas veces su vida personal puede llegar a influir en sus escritos. Entonces, ¿quién fue Nikolái Gógol? Nikolái Vasílievich Gógol fue uno de los escritores más influyentes de la literatura rusa del siglo XIX. Nació en Soróchintsi, en la actual Ucrania, entonces parte del Imperio ruso, en una familia de la pequeña nobleza. Desde joven mostró un gran interés por las artes, la literatura y el teatro, y se trasladó a San Petersburgo en busca de reconocimiento como escritor. A pesar de varios fracasos iniciales, Gógol alcanzó la fama con obras como Las almas muertas (1842) y El inspector (1836), y relatos como La nariz, El capote y El diario de un loco, publicados en su célebre ciclo Historias de San Petersburgo.

El estilo de Gógol combina el realismo con elementos grotescos, fantásticos y absurdos, lo que lo convierte en precursor tanto del realismo social ruso como de corrientes posteriores como el simbolismo y el surrealismo. Famoso por su aguda sátira, Gógol expuso con mordacidad la corrupción burocrática, la hipocresía social y el vacío espiritual del Imperio ruso. Su escritura influyó profundamente en autores como Dostoievski, Tolstói y Chéjov. Murió en Moscú en 1852 tras una intensa crisis espiritual, y dejó inconclusa la segunda parte de Las almas muertas. Su obra, sin embargo, continúa siendo un referente clave en la literatura universal.

El diario de un loco, escrito en 1835, es uno de los relatos más complejos y conmovedores de Nikolái Gógol. A través del diario íntimo de Aksenti Ivánovich Poprishchin, un funcionario de cuarta categoría atrapado en la burocracia rusa, el autor construye un retrato desgarrador de un individuo que desciende progresivamente a la locura. Sin embargo, esta locura no es solo un fenómeno personal, sino también una denuncia social que revela los mecanismos de opresión, humillación y alienación en la Rusia zarista.

Gógol utiliza la técnica del monólogo interior disfrazado de diario íntimo para sumergir al lector en el proceso de descomposición psíquica del protagonista. Lo que en principio parece una simple neurosis o extravagancia se convierte, entrada tras entrada, en un delirio completo. Este descenso a los abismos de la mente no solo estremece al lector, sino que lo obliga a preguntarse por el papel de la sociedad en la construcción o destrucción de la subjetividad humana.

Aksenti Ivánovich Poprishchin es un personaje insignificante dentro del engranaje de la administración estatal. Es un “funcionario del octavo rango”, una de las categorías más bajas de la estricta jerarquía burocrática zarista. Su vida está marcada por la monotonía, la mediocridad y el desprecio de sus superiores. Gógol lo presenta como un sujeto común, que pasa inadvertido, pero cuyo deseo de ascenso social lo lleva a imaginar un mundo paralelo en el que pueda ser respetado, amado y, sobre todo, visible.
Desde el inicio del diario, Poprishchin expresa sus frustraciones y sus pequeñas obsesiones cotidianas. Se siente constantemente humillado por la diferencia de clases, por la distancia jerárquica entre él y su entorno. Su enamoramiento imposible de Sofía, la hija del director, es un claro reflejo de esa barrera social. A través de su mirada, el lector observa una sociedad profundamente clasista, donde el valor de una persona depende del rango que ocupa y no de sus cualidades humanas.

Uno de los logros estilísticos más destacados de Gógol en El diario de un loco es el uso progresivo del lenguaje como instrumento narrativo para reflejar la alienación del protagonista. En las primeras entradas, el tono es algo torpe y resignado, pero coherente. A medida que avanza la historia, el lenguaje se vuelve más errático, caótico y delirante.

Las fechas de las entradas, que al principio marcan días reales del calendario, se transforman en absurdos como “43 de abril” o “día del erizo 2000”. Esta ruptura con la lógica temporal es el signo más claro de que Poprishchin ha perdido el contacto con la realidad. Al mismo tiempo, se convence de que los perros pueden escribir cartas y, finalmente, que él es el verdadero rey de España. Estas fantasías revelan no solo una psique quebrada, sino también una necesidad desesperada de reconocimiento y poder.

Aunque el relato parece centrarse en la psicología del protagonista, su sentido más profundo es social. La locura de Poprishchin es inseparable del entorno que lo margina y lo degrada. Su progresivo delirio es la respuesta desesperada de un individuo aplastado por una estructura burocrática que anula la dignidad humana. Como lo observa el crítico literario ruso Víktor Shklovski, Gógol no escribe sólo sobre un hombre que enloquece, sino sobre una sociedad que vuelve locos a sus ciudadanos.

La crítica se dirige especialmente al sistema de rangos del servicio civil del Imperio ruso, establecido por Pedro el Grande en la llamada “Tabla de rangos”, donde hasta el más ínfimo cargo tenía una posición oficial en la pirámide social. En este sistema deshumanizante, Poprishchin aspira a ser algo más que un “don nadie”, pero sus esfuerzos lo llevan únicamente a refugiarse en el delirio. Su proclamación como “rey de España” no es más que la caricatura de un deseo real: ser reconocido y respetado.

Dentro de esta trama, encontramos un elemento muy peculiar, el humor. Aunque nosotros como lectores podamos reír ante las ocurrencias absurdas de Poprishchin, la risa se mezcla con la incomodidad y, finalmente, con la tristeza. El autor juega con el absurdo no para ridiculizar al personaje, sino para subrayar su tragedia. A través del recurso a lo grotesco, el autor pone en evidencia las contradicciones de una sociedad que se toma demasiado en serio lo superficial (los rangos, la apariencia, el protocolo), mientras ignora la realidad emocional y mental de sus miembros.

El humor en Gógol nunca es superficial ni gratuito. En El diario de un loco, la comicidad de ciertas escenas, como las cartas de los perros o la llegada de Poprishchin a la oficina convencido de ser un monarca, sirve para intensificar el patetismo del personaje. El lector se ríe, pero también se apiada. Es esta combinación de burla y ternura lo que otorga a la obra su fuerza ética y su profundidad humana.

El relato culmina con Poprishchin encerrado en un manicomio, donde ya no distingue la realidad en absoluto. Sus últimos pensamientos son una mezcla de angustia, desconcierto y sufrimiento. Grita por su madre, suplica comprensión y protección. Esta imagen final, lejos de ridiculizarlo, conmueve profundamente. Gógol nos muestra que, tras la máscara del loco, hay un ser humano vulnerable, herido por una sociedad que lo ha ignorado y lo ha descartado.

El manicomio, en este contexto, no es solo un lugar físico, sino un símbolo del fracaso colectivo. Es el destino que aguarda a todos aquellos que no logran adaptarse al modelo social impuesto. Al final, Poprishchin no es “el otro”; es un espejo que refleja el posible destino de cualquier persona atrapada en una estructura deshumanizante.

El diario de un loco es una obra breve en extensión, pero con un significado inmenso. A través del descenso a la locura de su protagonista, Gógol denuncia con agudeza los males de su época, como la rigidez jerárquica, la insensibilidad de la burocracia, el desprecio hacia los más débiles y la fragilidad de la mente humana frente a la opresión. Pero esta crítica trasciende su contexto histórico. En cualquier sociedad donde el valor del individuo se mida por su utilidad o por su lugar en una jerarquía, El diario de un loco sigue siendo actual.

Nikolái Gógol, con su estilo inconfundible, mezcla sátira, patetismo y absurdo para hablar no solo de un hombre que pierde la razón, sino de una sociedad que ha perdido su humanidad. En tiempos en los que la salud mental, la empatía y la justicia social son temas cada vez más relevantes, esta obra resuena con fuerza y nos obliga a reflexionar: ¿quiénes son realmente los locos?, ¿los que no encajan o los que insisten en sostener un mundo sin alma?, ¿estaré yo loca?


La autora del artículo es estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura orientada a la Educación Secundaria en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.

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