Poca gente se alegró tanto y se benefició tanto de la caída de Paulino como Cucho Álvarez Pina y Paíno Pichardo. Ambos eran estrellas en ascenso en la época en que Paulino empezó a alcanzar el cenit de su carrera, pero Paulino encontró la forma de hacerlos a un lado y troncharles el camino, aunque también fueron víctimas (y beneficiarios) del sistema de premios y castigos intermitentes que la bestia aplicaba a todos sus funcionarios. Subían y caían rutinariamente del poder, y cuando caían, el infame Foro Público hacía de ellos picadillo. Algunos se mantuvieron a flote durante toda la era, pero en posiciones diplomáticas o burocráticas más o menos decorativas y secundarias, no en posiciones de mando. La gran hazaña de Paulino consistió en haber escalado y haberse mantenido en una posición tan cercana al poder y haber ejercido el poder junto a la bestia durante un periodo que superó todas las expectativas.
Muchos dicen que en algunas ocasiones Trujillo llegó a lamentarse en voz alta de haber prescindido de Paulino. No hay que dudar que resintiera la ausencia de Paulino, que le hiciera falta el agudo juicio de Paulino, el hombre que le resolvía todos los problemas y que también, lamentablemente, podía sustituirlo.

Paíno Pichardo y Cucho Álvarez Pina nunca fueron rivales de consideración para Paulino, pero a la larga se salieron con la suya y nunca dejaron de ser enemigos peligrosos. En la práctica formaron una alianza, una “mancuerna” política que se enrocó en el Foro Público y causaba terror: la alianza de Cucho y Paíno que dio origen al término “cuchipaineo” en la década de los cincuenta.
Fue una alianza nefasta de intrigantes y chismosos, bellacos y delatores que se dedicaban a desacreditar, calumniar y vejar a los enemigos políticos e influir en la repartición de cargos y prebendas. Sin embargo, lo cierto es que también se les atribuyó más poder que el tenían.

Ricardo Paíno Pichardo y Virgilio Álvarez Pina, alias Cucho o Don Cucho, eran amigos de la bestia o por lo menos conocidos de vieja data, y eso facilitó mucho sus carreras políticas, aunque Don Cucho no se rindió desde el primer momento a los encantos de la bestia.

En cambio Paíno Pichardo se estrenó en el segundo año de su primer gobierno (1932), como secretario de estado de Finanzas. Pero el estreno no fue muy auspicioso, Paíno no tuvo un muy feliz desempeño. También le fue mal como representante del país en la Convención Internacional del Azúcar que tuvo lugar en Londres y como representante de Trujillo en la coronación del rey Jorge VI de Inglaterra. Luego fracasaría como secretario de estado de Industria y Comercio y se desempeñó quizás de igual manera como embajador en Chile, Perú, Bolivia y Ecuador y Canadá. Los cargos le llovían y le hubieran seguido lloviendo porque sus relaciones con la bestia eran muy cercanas. De hecho, había sido –junto a J. M. Bonetti Burgos y J. A. Ricardo—, uno de los padrinos de la boda de Trujillo con Bienvenida Ricardo. Pero Paíno era inestable y nervioso y tenía problemas con la bebida, y tras tanto fracasar o perseverar en el fracaso, la bestia lo sometió a un proceso disciplinario, a un período de abstinencia política, sin acceso a cargos públicos.

Por lo que dice Crassweller, Paíno era un tipo impresionante, alto, bien parecido, con “pelo bueno”, como se decía una vez por estos rumbos. Tenía, además, un extraño sentido del humor, combinado con cierta dosis de cinismo, y de ambos se sirvió en su carrera política. Por lo demás —dice Crassweller—, aparte de inteligente y sociable era el tipo de hombre que nunca se hubiera permitido sufrir la enfermedad del idealismo ni vivir de ilusiones. Su lealtad a Trujillo era incuestionable. Amaba el poder y por amor al poder, a las mieles del poder, y por amor a la bestia estaba dispuesto a sufrir todas las humillaciones, todos los altibajos, todos los desplantes. Por el amor a las mieles del poder y su lealtad o veneración del querido jefe lo daría todo. Paíno era, en efecto, uno de esos cortesanos liberales que le prestaba ocasionalmente su mujer a la bestia cuando la pobre bestia no tenía tiempo para buscarse una. Almoina, por el contrario, sostiene que ella se prestaba sola y de buena gana y que una vez Paíno tuvo un arranque de celos y la esposa tuvo que quejarse ante la bestia. Sólo estaba cumpliendo con su deber.

Dicen que a la esposa de Paíno dedicó María Martínez todos lo malos pensamientos que la animaron a escribir o pedirle a Almoina que escribiera “Falsa amistad”. De hecho la mujer de Paíno era, supuestamente, la falsa amiga que se metía en la cama con el amante esposo de María Martínez.

De cualquier manera Paíno llegaría a convertirse a la corta o a la larga en “el hombre de confianza de Trujillo” durante varios años a partir de su nombramiento como presidente del comité central del Partido Dominicano en el mes de diciembre de 1938. El cargo le quedaba como un traje, a las mil maravillas. Ahora podía empezar a disfrutar de todos los atractivos que brindaba el poder. El poder lo atraía, lo enceguecía con su atracción fatal. El poder lo excitaba, lo excitaban los asuntos públicos, el poder le ofrecía la fascinación del mando, las innumerables fiestas y recepciones, ponía al alcance de sus manos a las más bellas mujeres. Aunque también lo expondría, por desgracia, a todos los peligros y asechanzas a que estaban expuestos los servidores de la bestia.

(Historia criminal del trujillato [73])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).

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