Entre 1938 y 1944 —como Presidente del Comité Central del Partido Dominicano— Paíno Pichardo se convirtió en la mano derecha de la bestia, el favorito indiscutible de la bestia. Durante ese período tuvo en sus manos la poderosa maquinaria del partido más poderoso del país, el único del país. Un partido que estaba presente en todos los rincones, que llegaría a tener en su mejor momento una cifra millonaria de afiliados y docenas de juntas provinciales, comunales y municipales. Un partido omnipresente en el paisaje urbano y rural.

Algunas de las funciones más importantes que desempeñaban los miembros del Partido Dominicano consistían en promover el culto a la personalidad de la bestia, promover elecciones y reelecciones a favor de la bestia, organizar actos a favor de la bestia, hacer cualquier tipo de propaganda a favor de la bestia, organizar desfiles en honor a la bestia, publicidad a favor de la bestia, exaltar a la bestia, adular a la bestia, adorar sin misericordia a la bestia por sobre todas las cosas. Pero asimismo, el Partido Dominicano era parte del mecanismo de represión, vigilancia, espionaje, parte del mecanismo de regulación del consenso social, parte de la maquinaria de coerción y terror de la bestial tiranía.

Para la realización de sus importantes labores recibía la contribución involuntaria del diez por ciento de los sueldos de los empleados públicos. Además, ser miembro del Partido Dominicano no era una opción, era una obligación. Para los dominicanos mayores de edad era indispensable tener siempre a mano la “palmita” (el carnet de miembro del Partido Dominicano con la foto de Trujillo y la palmita), al igual que la cédula personal de identidad y otro carnet del servicio militar obligatorio. Eran los llamados tres golpes, que la guardia pedía en cualquier esquina, con los que atosigaba sobre todo a los habitantes de pueblos pequeños y de las zonas rurales. La falta de estos documentos acarreaba penas de prisión que constituían un lucrativo negocio.

A pesar de su buen desempeño al frente del Partido Domicano, Paíno sufrió una abrupta e inesperada caída en 1945, cayó de golpe, cayó de mala manera a causa de una intriga que a juicio de Crassweller fue orquestada por Peña Batlle, quien era secretario de Estado de Relaciones Exteriores y por Vicente Sánchez Lustrino, director del vespertino La Nación. Paíno fue destituido de su alta posición y de su alta remuneración como presidente del Partido Dominicano y reposicionado en un cargo menor, pero no tardaría en volver a la gracia del poder con un flamante nombramiento de secretario de Estado de la Presidencia en 1946, y en el enfrentamiento con Peña Batlle y Sánchez Lustrino se saldría con la suya. Mientras tanto, su amigo y canchanchán, su compinche Cucho Álvarez Pina pasó a ocupar su lugar como presidente del Partido Dominicano.

Dice Crassweller que poco tiempo después de la destitución de Paíno, Peña Batlle y Sánchez Lustrino fueron asignados a cargos en el extranjero y que cuando regresaron fueron recibidos por una ingrata sorpresa. De hecho, para Sánchez Lustrino resultó ser la más amarga de las sorpresas. Por iniciativa de Paíno, se había puesto en marcha una investigación sobre el manejo de las finanzas de La Nación, las finanzas del periódico que Sánchez Lustrino dirigía. Para peor, Sánchez Lustrino sufría de una afección cardíaca —tenía corazón, después de todo—y durante el proceso fue sometido a fuertes emociones. Por un momento logró salir airoso. Fue descargado, pero el trámite había sido superior a sus fuerzas. El corazón también se le descargó y dejaría de latir al cabo de una semana.

Peña Batlle recibiría otro tipo de sorpresa, que también le supo amarga, pero no fue una sorpresa letal, aunque pudo haber sido. Muy pronto se vería sometido a la máxima humillación, a un castigo tan denigrante como no se había soñado en sus peores sueños. Peña Batlle —todos lo sabían—, era un antihaitiano furioso, un antihaitiano enfermizo, patológicamente antihaitiano.
Alguien que sufría —según dice Crassweller— de violentas pulsiones o tensiones emocionales, tensiones incontrolables que se desataban en cuanto le mencionaban algo que tuviera que ver con Haití o con las creencias religiosas haitianas o con los animales y dioses del panteón haitiano. La palabra culebra (y las culebras mismas), le producían un problema especial, una incurable repulsión. Todo lo que tenía que ver con Haití lo sacaba de quicio… Y he aquí que, de repente, el día que menos pensaba, a finales de 1946, le llegó un nombramiento y no cualquier nombramiento. El de Embajador en Haití. Dicen que Peña Batlle no lo podía creer y quizás nunca lo creyó, pero la bestia lo nombró, lo conminó, lo obligó a aceptar el nombramiento de Embajador en Haití, y Peña Batlle tuvo que desempeñar de alguna manera el cargo de Embajador en Haití, aunque no por mucho tiempo.

Paíno disfrutaría su venganza, por supuesto, y su regreso a la cúspide del poder. Disfrutó por lo menos durante un año. En el mes de junio de 1947 cayó de nuevo en caída libre, cayó hasta fondo, como dice Crassweller, hasta la humilde condición de Inspector de embajadas y legaciones. Pero Paíno era un tipo pragmático, acomodaticio. Un cargo en el Gobierno era siempre un cargo y era mejor que nada, ya volvería a subir y volvería a bajar

Paíno subiría y caería, en efecto, y volvería a subir y a caer, pero se mantendría en el favor de la bestia hasta el final. Alguna vez sería, entre muchas otras cosas, presidente del Consejo Administrativo de Ciudad Trujillo, y cuando ajusticiaron a la bestia el día 30 de mayo de 1961 era senador da la República.
(Historia criminal del trujillato [74])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).

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