Cristóbal Colón en plazas y parques. Un recorrido nos aproxima a los artistas y sus invocaciones al descubridor

Los parques de las ciudades, en los inicios del siglo XX, casi siempre fueron espacios frente a una casa de gobierno y en general, eran terrenos vacíos que servían para pasar revista a las tropas. Por eso se les conocía como la Plaza de Armas.

El Parque Duarte de Santiago era, antes de ser Parque Mayor (por ser el más grande y estar frente a la Iglesia Mayor) la Plaza de Armas frente a la antigua Gobernación (donde sigue hoy, pero con otro edificio). En la capital, la Plaza Mayor fue el espacio del parque Colón, frente al Palacio de Borgella (boryelá) el que fue sede del gobierno haitiano y su gobernador Gérôme Maximilien Borgella en la época de la ocupación de 1922 al 1844.

La Plaza de Armas era un revolcadero de burros hasta que el General Ulises Heureaux, decidido a modernizar el país con sus trenes, puentes, ayuntamientos, iglesias, escuelas, etc., encarga la estatua de Colón al escultor francés Ernest Gilbert de quien se conoce poco o nada, no porque fuera francés, sino por esa manía de anonimizar las obras de artes para adjudicárselas al síndico de turno o al gobernador, como si las esculturas fueran un edificio o un puente. Al pie de la escultura dice que fue inaugurada el 27 de febrero de 1887 y que su autor es Ernesto Gilbert, de seguro una traducción de Manuel de Jesús Galván.

Muchos intelectuales prefieren el vínculo cultural moderno o “contemporáneo”, copias de modas de las grandes urbes, aunque nos arropen y eliminen nuestra cultura e identidad y, quizás por eso, ignoran la autoría de muchos artistas de la misma forma que todavía en las escuelas nadie sabe nada de la imagen de Duarte y sus creadores. Se han limitado, de manera muy incoherente a presentar un Duarte irreal idealizado en los modelos estereotipados del rubio ario de ojos azules. No diferenciamos el Duarte artístico de Urdaneta del Duarte real de Próspero Rey.

Cristóforo Colombo (Colón en cibaeño), Leonardo Da Vinci y Johannes Gutenberg son, sin duda ni con cuña, la mayor expresión del Renacimiento europeo del CINQUECENTO (siglo XVl). Cada uno representa el avance científico y del arte como el gran salto de la época y, la imprenta, como el gran impulso de la literatura, esa que se hacía copiando a mano dogmas que oscurecieron la humanidad por siglos hasta su llegada.

Colón se tiene como el valiente navegante que desafía los confines del horizonte y se lanza en búsqueda de nuevas riquezas. Por esta admiración al navegante se hacen más de 500 escultura en su honor, cosa que hoy se cuestiona por las masacres y maltrato a los aborígenes que fue encontrando a su paso y que han llevado a pueblos a quitarlas de los espacios públicos como se ha tratado de hacer con Franco en España y que el PP obstaculiza en contra de la voluntad de la España sin ceguera.

El Colón de Gilbert tiene sus antecedentes puesto que en Lima se inauguró entre 1851 a 1855 (siendo Rufino Echenique Presidente) una gran escultura del “descubridor” de América realizada por el italiano Salvatore Ravelli. Al pie de la escultura aparece Anacaona representando el nuevo continente dominado, arrodillado.

Causó grandes comentarios la escultura del gladiador de Jean-Léon Gérôme quien la da a conocer en la Exposición Universal de París de 1878 y que fuera un referente para los jóvenes artistas. En realidad París vivió, después de la Revolución Francesa y las revoluciones del 48 y 70, un auge artístico que la llevó a convertirse en la capital mundial del arte, lo que más luego repercutió en nuestro país con nuestros artistas y en nuestros gobernantes. Esto no es malo ni hay que temerle. Los intercambios culturales son beneficiosos aunque sea con los países más diferentes culturalmente. Y la instalación del Colón de Gilbert en Santo Domingo es una prueba más, como lo son otras esculturas importantes colocadas en espacios públicos elaboradas con los más altos criterios académicos y estéticos: el Duarte de Russin, el de Tomagnini, el Montesino de Castellanos, etc. todas de una factura impecable, salida de los talleres de grandes maestros que al parecer no fueron modelos para nuestros escultores contemporáneos especializados en llenar los espacios públicos de unos muñecos rígidos y desproporcionados que no pasarían ninguna prueba en ningún nivel de una academia seria de Bellas Artes, pero que fueron apoyadas por un clientelismo ignorante e innoble. Algún día serán eliminadas de la vista en un Renacimiento necesario cuando la chopería y el mal gusto sean vencidos.

Una gran escultura a Colón realizada por el italiano Vincenzo Vela realizada en Veracruz, México iba a participar en la exposición Universal de París de 1867 pero la ejecución en ese año del emperador Maximiliano impidió el viaje y la escultura se quedó. Hoy es parte del patrimonio cultural mexicano.

Un “ejército” de pintores y escultores, trabajaron en Francia en numerosos talleres de los que se puede hacer una interminable lista al igual que de las obras en la época de Gilbert. En cualquier parque se colocaba una escultura de un gran escritor, político, pintor, etc. Cualquier arquitecto incluía los escultores para crear los altos relieves decorativos de las fachadas de casas, edificios y convertir la ciudad en un gran museo abierto al mundo. Casas que luego serán conservadas por un verdadero patrimonio nacional. En cualquier ciudad existen leyes para que nadie destruya el pasado. Y una forma de destruirlo es no creando una ley que obligue a cualquier propietario a remodelar su casa e impedir que se deteriore. El Hotel Mercedes de Santiago, es un caso perfecto. En cualquier país civilizado, ese hotel tiene que ser remodelado en un plazo determinado y si el dueño no quiere, tiene que venderlo y si no el Ayuntamiento lo incauta y lo declara de utilidad pública para instalar algún museo y/o para su venta en pública subasta. Así de simple.

La escultura “Le Rhinocéros”, de Henri Alfred Jacquemart, causó tanta curiosidad que se dejó de manera permanente en el Museo de Orsay, la antigua “Gare du Train” que hoy posee una de las más hermosas colecciones de arte de París y ella de seguro influenció a nuestro Gilbert a la hora de realizar el Colón, que según el vulgo, señala donde han estado los ladrones de este país.

Cuando se habla de la estatua de Colón se habla solamente del navegante que llegó en tres carabelas al “nuovo mundo”, nunca se habla del autor que realizó la obra lo que es una vieja práctica discriminatoria al talento de los artistas que la realizan( me repito a propósito, no por Alzhéimer sino para hacer el hoyo en la piedra). Hay que incluir a muchos historiadores y su desprecio a la estética como lo demuestran sus obras frías y vetustas repletas de textos vaciados como si fuese un libro de contabilidad. No se conformaron con tergiversar los hechos históricos favoreciendo a España, sino que arremetieron contra las culturas locales.

Es posible que esta escultura siga la misma línea conceptual del Duarte de Urdaneta en el sentido de que ni Duarte ni Colón posaron para sus artistas. Los retratos de Colón más conocidos son el de Sebastian del Piombo de 1519, el de Ridolfo Ghirlandaio de 1520 en el Mueso Naval de Italia y el de José María Galván y Candela en el Senado de Madrid. También el que se descubre en el cuadro “ Virgen de los Navegantes” de Alejo Fernández realizado entre 1505 y 1536. Colón Murió en 1506.

La escultura de Rafael Atché, en un monumento de 57 metros de altura tiene 7 metros, pesa 205 toneladas y data de 1888. El Colón de Madrid la hizo Jerónimo Suñol y la que está en Manhattan es de Gaetano Russo de 1892. Arturo Tomagnini hizo una que sigue en pie en Barranquilla.

Colón sigue siendo un personaje misterioso por sus orígenes desconocidos y por el conflicto de sus restos ubicados en el Faro a Colón, aunque en Sevilla pretendan tenerlo por motivos turísticos.
A Ernest Gilbert hay que incluirlo en la Historia Dominicana, tanto en la parte social como en la artística por ser el autor de una de las obras de arte más conocida internacionalmente y mejor lograda.

Porque aunque Gilbert está a la vista, nadie lo ve.

La obra de Gilbert
El Colón de Gilbert tiene sus antecedentes, puesto que en Lima se inauguró entre 1851 a 1855 (siendo Rufino Echenique Presidente) una gran escultura del “descubridor” de América realizada por el italiano Salvatore Ravelli”.

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