Durante siglos la migración ha sido un componente fundamental de la vida y el desarrollo del Caribe. En su largo período histórico ha sido sitio de asentamiento de comunidades de los más variados bagajes culturales que hacen de la región un crisol cultural que identifican al ethos de las sociedades caribeñas.

América en general y el Gran Caribe en particular, fue escenario durante el siglo XIX y XX de la llegada de migrantes españoles, ingleses, franceses, alemanes, portugueses, irlandeses, italianos, judíos, árabes, chinos e hindúes. Uno de los grupos migrantes que en gran medida ha sido olvidado por la historiografía caribeña y que hizo presencia en la región es la migración polaca.

Aunque fue un destino secundario, su presencia en el siglo XIX y XX fue evidente. A principios del siglo XIX lo encontramos en la parte occidental de la isla de Santo Domingo, entre las tropas que envió Napoleón Bonaparte a Saint-Domingue, para luchar contra la rebelión de los esclavos. En la expedición que llegó en 1802, figuraba la Legión Polaca, compuesta de 5.280 soldados que se habían unido a la Francia revolucionaria esperando su ayuda para afrontar la Tercera Partición de Polonia que llevaron a cabo Rusia, Austria y Prusia en 1795. En 1803 muchos comenzaron a desertar y durante la batalla en el fuerte de Vertierès más de 100 soldados polacos se sumaron a las fuerzas revolucionarias. Con la declaración de independencia de Haití en 1804, alrededor de 400 polacos se quedaron en el territorio. En la constitución haitiana de 1805 se prohibió el derecho de propiedad a los blancos, pero se exceptuó a los polacos naturalizados por el gobierno. Este grupo pasó a ser llamado poloné nuá, los “polacos negros” y se instalaron en Port-Salut, Petite Rivière de Saint Jean du Sud, Fonds des Blancs y la Baène, así como en Cazale.

Otro grupo llegó a la región después de las fallidas insurrecciones polacas de 1830 y 1863. No fue una emigración masiva, sino que básicamente fueron refugiados políticos que lucharon por la independencia contra los tres repartidores de Polonia (Rusia, Prusia y Austria).

Entre 1870 y 1914 la emigración creció de manera significativa. Fue el período de la emigración masiva de polacos en América sobre todo a Estados Unidos, Brasil, Argentina y Uruguay. Por ejemplo, de 1869 hasta 1914 ingresaron en Brasil 102.596 polacos, distribuidos de la siguiente manera: 42.046 ingresaron en el Estado de Paraná; 32.300 en río Grande do Sul; 6.750 en Santa Catarina y 21. 500 en otros estados. Este período fue conocido en Polonia como la “fiebre brasileña”. En el período de entreguerras y específicamente durante la Segunda Guerra Mundial fruto de las dificultades económicas, sociales y políticas el desplazamiento desde Polonia creció de forma notable.
En el Gran Caribe la migración polaca fue menor que en Brasil que cuenta con la mayor comunidad en América Latina y que Argentina. Sin embargo, hubo migrantes en mayor o menor cantidad en México, Cuba, Costa Rica, Colombia, Venezuela y República Dominicana.

México aglutina en la actualidad la tercera comunidad más numerosa e importante de polacos en América Latina, detrás de Brasil y Argentina. En su mayoría son practicantes del cristianismo católico, aunque también hay una notable presencia de polacos judíos, que huyeron durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la independencia, México entró en un proceso difícil y tanto los liberales como los conservadores contrataron a soldados polacos, checos y eslovacos, a los que llamaban Los peregrinos. También hubo soldados polacos durante la Guerra de Reforma y un contingente de pioneros polacos y checos, venidos de los estados de Texas y Arkansas que se establecieron en el norte de México. Durante la Segunda Guerra Mundial México albergó muchos refugiados judíos polacos.

En Costa Rica llegaron desde finales del siglo XIX, pero tuvo su auge a principios del siglo XX. Se estima que cerca de 1.000 polacos entraron durante las primeras décadas del siglo XX. Actualmente la colectividad polaco-costarricense es la más grande de origen eslavo, y la más cuantiosa de América Central. De esta fracción eslava en particular, existe una notable presencia y participación en la comunidad judía, donde destaca la denominación asquenazí. Entre 1929 y 1939 emigraron unos 600 polacos, mayormente inmigrantes, provenientes en su mayoría de Ostrowiec y Varsovia.

En Cuba durante la segunda década del siglo XX emigraron una gran cantidad de judíos polacos. La mayoría se establecieron en La Habana, pero cerca de un 10% se establecieron en ciudades como Santiago de Cuba, Guantánamo y Camagüey.
La presencia polaca en República Dominicana es poco conocida y limitada. Según el historiador Edwin Espinal, uno de los polacos que llegó en la expedición enviada por Napoleón a Saint Domingue, cruzó hacia la parte oriental de la Isla. Era el capitán de granaderos don Antonio Beer, quien terminó cansándose con Josefa Pérez de la Paz (Chepita). Durante la Segunda Guerra Mundial, Trujillo acogió a judíos que se instalaron la mayoría en Sosúa, provenientes de Alemania, Austria, pero también vinieron judíos polacos.

En Colombia comenzaron a llegar a finales del siglo XIX y más tarde durante la Segunda Guerra Mundial huyendo de la persecución, la inestabilidad política y la invasión alemana en su país. La mayoría se asentaron en el puerto de Barranquilla. En Venezuela su presencia estuvo vinculada a la Segunda Guerra Mundial y a las consecuencias que implicó para el país. La mayoría se concentraron en las grandes ciudades como Caracas, Maracaibo, Valencia y Maracay.

Los polacos que llegaron al Gran Caribe contribuyeron en mayor o menor grado al desarrollo económico, social y cultural de las zonas donde se establecieron. El impacto de su migración poco estudiada en el Caribe, se manifiesta en el comercio, el arte, los centros universitarios y científicos, en la pintura, arquitectura, cine y teatro. Estudiar de manera amplia y visibilizar el impacto de esta migración en el Gran Caribe sigue siendo una cuenta pendiente en la historiografía de las migraciones.

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