La palabra pederastia viene del griego paiderastes, que significa “persona que abusa sexualmente de un niño”. Paidos significa niño; eros deseo, y el sufijo ta, agente.

En la antigua Grecia, la pederastia era no solo consentida, sino que en la etapa arcaica, era considerado un ideal. La iniciación de los niños ocurría a los 11 o 12 años, pretendidos por otro joven más crecidito. El prepúber era siempre el pasivo. Cuando crecía, se buscaba otro menor y se convertía en activo. Así, hasta que los varones debían contraer matrimonio y dejar la homosexualidad… ¡A no ser que fueran a la guerra!

Los romanos antiguos veían la pederastia como algo abominable, de adúlteros, que cometían un acto prohibido, contra natura y mancillaban la honra de los menores.

Irene Montero, ministra de Igualdad de España, hizo unas declaraciones ante la Comisión de Igualdad, rayanas en el arcaísmo griego. Los niños: «Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quienes les dé la gana, basadas eso sí en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos».

La agenda sigue adelante

Que Disney incluya personajes gay como en «Un mundo extraño», en películas animadas infantiles, es tan violador de la inocencia infantil, como el pederasta que trata de convencer al niño de que le toque las pelotas.

Que pueda haber una sirenita negra me parece auténtico. ¿Por qué no? Lo cómico sería que a alguien se le ocurra que en nombre de la igualdad Viola Davis asuma el rol de Isabel II. O Tom Hanks de Nelson Mandela. Igualdad no puede ser igualitarismo. Las cosas se desdibujan bajo las capas superficiales del MeToo o la Cutura de la Cancelación. Levantas la epidermis y hay mucho de venganza y odio.

He leído una enjundiosa crítica de mi amigo Rubén Peralta sobre The Woman King, donde apunta: “The Woman King es la enésima película de Hollywood que promociona la nobleza de una venganza justa, especialmente cuando casi todos los miembros de la tribu Oyo son retratados como villanos brutales con bigotes. Llega un punto en el poderoso grito de guerra de Prince-Bythewood para la película en el que se vuelve difícil no imaginar, que si no hubiera estado ambientada en una nación de África Occidental con un elenco casi completamente negro, cuán diferente realmente se sentiría de cualquier otro número de películas de acción clásicas de Hollywood sobre la Segunda Guerra Mundial y menos socialmente progresistas de las décadas de 1940 y 1950”. 

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