El 1 de octubre se cumplen 72 años del momento solemne en que, desde la puerta de La Plaza Tianamen, en la Ciudad Prohibida de Beijing, Mao Zedong, líder del pueblo chino, proclamó al mundo la fundación de la nueva República Popular China. Culminaba así un largo período de cruenta guerra civil en la que el Partido Comunista chino derrotó a las fuerzas del Kuomintang y las obligó a refugiarse en la isla de Taiwán, bajo la protección de los Estados Unidos de Norteamérica.
Con la victoria alcanzada y la fundación de una nueva república de campesinos y obreros, la otrora explotada y humillada nación, que había sido presa constante de las potencias coloniales e imperialistas, inició una era de profundas transformaciones que la han llevado, transcurridos 72 años, a ocupar los lugares cimeros a nivel mundial, en numerosas ramas de la ciencia, la economía, el comercio, la producción, y también en las esferas militar y política.
La suma de los logros más destacados de la joven república fundada en 1949, incluye un sólido prestigio internacional, la soberanía, la independencia económica, el creciente bienestar de la población, la erradicación de la pobreza y la extensión y profundización de la cultura, la educación y el deporte. Se trata del fruto de la inteligencia y laboriosidad del pueblo chino, de su sentido de la historia, de su defensa del socialismo y de la acertada dirección del Partido Comunista.
La República Popular China ha demostrado, de manera fehaciente, que el socialismo adaptado a las condiciones de cada país, y de acuerdo al momento histórico, no solo es una opción posible, sino imprescindible y necesaria para el resto de las naciones del universo. Los rotundos éxitos de la sociedad china y su creciente liderazgo mundial, han dejado sin argumentos a los críticos y enemigos del socialismo, demostrando que el capitalismo, como todas las formaciones económicas y sociales divididas en clases, tiene una existencia limitada y ha de ser superado debido a sus contradicciones antagónicas internas, que ponen constantemente en riesgo la paz mundial, la estabilidad de las relaciones internacionales y el medio ambiente, degradando a los seres humanos a la condición de consumidores egoístas, en perenne lucha de todos contra todos.
En nuestra América Latina y el Caribe la potencia china no puede ser asociada con golpes de Estado, invasiones militares, apoyo a las dictaduras, represión, torturas y crímenes. Tampoco con la explotación despiadada a que nos tienen acostumbrados los países occidentales, y, en primer lugar, el imperio norteamericano. La República Popular China es para los latinoamericanos y caribeños, como para el resto de los habitantes del planeta, garantía de paz y equilibrio, de solidaridad y respeto a la soberanía nacional, una contraparte segura para el comercio y el fomento del desarrollo.
Transcurridos 72 años del momento histórico que cambió para siempre su historia nacional y la universal, la República Popular China avanza a pasos firmes hacia el futuro. Es sólida y confiable porque no está basada en la explotación, el abuso, la fuerza bruta ni el saqueo. Es prestigiosa porque prioriza el bienestar de su pueblo y colabora con los demás pueblos de la tierra. Solo así, asentado en la justicia para todos, un sistema social tiene el futuro garantizado.
Lo demuestra la República Popular China.