Es el mejor pretexto para unir a un grupo en torno a una mesa, rodeada de historias, bullicio y anécdotas que se desenvuelven entre carcajadas, interrupciones y pocas pausas, solo las necesarias para el bocado o el sorbo de la bebida de preferencia, resaltados con el sonido de fondo de choque de copas y cubiertos. Divide cuando termina y deja la promesa abierta de una repetición en un próximo encuentro. Testigo de agasajos, celebraciones y despedidas, acompaña los momentos más trascendentales y es el complemento perfecto que hace más tolerables las reuniones de cualquier índole, amistosas, de negocios, familiares o todas a la vez.
Es una muestra de amor de quien la prepara que se ha afanado por horas para -en una evidencia de total desprendimiento y falta de egoísmo- hacer que sean otros los que la disfruten, después de haber sido concebida y luego, minuciosamente preparada con los mejores ingredientes cuya selección también ha llevado un considerable tiempo de reflexión para agradar a los demás.
Repelida por los cuerpos que pretenden conservar una figura y añorada por el que permanece famélico como quien espera por agua en el desierto. Es versátil, variada y satisface a todos los gustos; aun con los notorios avances de la ciencia y aunque se ha querido encapsular para disminuir sus efectos, se impone decadente en cada concentración con una presentación atractiva a la mirada y satisfactoria al gusto que hace querer consumirla hasta la última porción. Provoca efectos secundarios desde los tiempos del experimento de Pavlov en que la campana hacia salivar al perro, al igual que su olor y el ruido de los calderos, a los humanos.
Distintiva de cada región y orgullo de sus lugareños, el camino corto del estómago al corazón, envuelta en sabores diversos que festejan el paladar, la atracción inmediata que ha logrado muchas conquistas. La obsesión de los obesos, el temor de los delgados; el enigma de los nutricionistas, la plaga en los pueblos en que resulta escasa.
Abundante, espléndida, aromática y colorida trae consigo los recuerdos de la niñez y la receta de la abuela; fue el motivo del primer milagro de Jesucristo, multiplicado otras veces y el cierre en su última cena antes de la crucifixión; las tres pausas del reloj que dirigen el horario diario de nuestras vidas y sus descansos intercalados. Esa es ella, la comida, imprescindible para la existencia, imposible de ignorar, tan necesaria como el agua misma y tan inevitable como el aire, como moneda encontrada en el suelo a la que no hay forma de resistírsele.