Profi, esa era nuestra forma de llamarnos, especie de clave o código. Pero al saludarnos lo pronunciábamos tres veces: Profi, Profi, Profi. Así me llamó la última vez que lo vi, mientras yo cruzaba en frente de una famosa dulcería cerca del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva. Él estaba dentro, se tomaba un jugo, su eterna toalla en el hombro, me abrió los brazos y nos confundimos en un fuerte abrazo. Allí me quedé con el Profi más de una hora, recordando historias comunes.
Desde que ambos renunciamos a la Defensa Pública, nos escribíamos por la red, pero nos veíamos por azar. Pero cada encuentro era grato. Recuerdo cuando nos presentaron en la Oficina del Distrito de la Defensa Pública, el rostro duro, pronunciadas ojeras y unos lentes que usaba en la punta de la nariz. Fue seco en aquel instante, aunque se nos puso a la orden. Él era viejo en la Defensa Pública y yo, en cambio, era de la última promoción.
En poco tiempo ya éramos muy amigos y entendí que la frialdad inicial era una especie de coraza que tenía el Profi, pero que su corazón era grande y cálido.

La Defensa Pública y las universidades nacionales tenían acuerdos de cooperación, para que estudiantes hicieran prácticas penales. A la mayoría de los defensores no les gustaba que les asignaran muchos pasantes, sin embargo, el Profi, siempre tenía muchos. Él decía: pónganmelos a mí, no importa. Y andaba por todos los tribunales con los estudiantes, a veces llenaban el espacio de algunos pequeños de instrucción, y luego, al terminar, se los llevaba hasta la oficina, hacía una ronda con ellos y les explicaba todo lo sucedido en las audiencias que habían presenciado. Invertía mucho tiempo y esfuerzo en ello, era admirable.

Recuerdo una vez que en el 7mo. Juzgado de la Instrucción nos asignaron dos encartados acusados de robo agravado en un negocio de comida china. Las víctimas no hablaban español y hubo que recurrir a un traductor. Esa preliminar duró horas. Resulta que el traductor parece que ponía y quitaba palabras e, incluso, frases, de las que decían las víctimas. Estas pronunciaban una o dos palabras en chino mandarín y el traductor duraba un largo rato hablando: Ella dice que cuando ellos entraron al negocio (…). O, en sentido inverso, las víctimas decían varias cosas y el traductor solo decía: ella dice que no. Evidentemente, algo olía mal con el traductor. Aquella tarde, en la dulcería, recordamos la audiencia de los chinos y el traductor y, como siempre, nos reímos hasta más no poder. Para entonces yo estaba en el ejercicio privado de la profesión y el Profi era juez de Paz.

Cuando el miércoles 16 de junio pasado iba hacia el Palacio de Justicia de Ciudad Nueva a cumplir unos compromisos y me enteré que el Profi había fallecido por complicaciones relacionadas con el covid-19, no lo creía, quedé pasmado. Entonces, como una película, pasaron por mi mente todas aquellas imágenes y los gratos momentos compartidos.

Así era Alexis Miguel Arias Pérez, el Profi, ido a destiempo. Que en paz descanse. Que la tierra le sea leve.

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