El encuentro del presidente dominicano Luis Abinader, con el mandatario haitiano, Jovenel Moïse para intercambiar sobre los asuntos de la agenda en común y conversar sobre la situación política de la vecina nación es oportuno y conveniente. No podemos ignorar al país vecino, mejor dicho, el país con el que compartimos la isla y el único con el que tenemos frontera común.
En los últimos tres años, principalmente desde mediados del 2018, nuestros vecinos viven una crisis política y económica a la que no se le ve salida fácil. Se registran manifestaciones, algunas violentas, sectores reclaman al presidente haitiano su renuncia, y se registra un preocupante deterioro de la seguridad interna.

A esta compleja situación se le suma este año el proceso de reforma constitucional, y una cuestionada convocatoria a elecciones para escoger el nuevo Congreso, las autoridades municipales y el presidente de Haití.

Los opositores al gobierno de Jovenel Moïse rechazan las fechas escogidas por el Consejo Electoral Provisional (CEP) para las dos citas electorales; y el presidente presentó una propuesta alternativa con el nombre de “Calendario de movilización ciudadana por el respeto de la Constitución”.

Los opositores han anunciado que enero será un mes de movilizaciones locales en las diferentes regiones del país, y se concluirá con una marcha nacional y una campaña internacional, para reclamar que se respete la actual Constitución y se acuerde un proceso de transición. Los grupos de oposición han adelantado que si no se cambia el gobierno de Jovenel Moïse, por un gobierno de transición, promoverán un movimiento nacional de desobediencia civil, bloqueos y barricadas, hasta conseguir la sustitución de los actuales gobernantes.

Sin lugar a dudas, el rumbo de los acontecimientos que viven nuestros vecinos representa una amenaza política, económica y social importante para la República Dominicana. No podemos estar de espaldas a estas realidades. No podemos mudar a la República Dominicana y es un imposible deshacernos de nuestros vecinos. Tenemos que contar con ellos.

Quienes no lo entiendan, tomen en cuenta que Haití es nuestro segundo mercado y el que –en términos relativos- es más fácil de manejar. La última cifra mal contada, de los negocios que hacemos con estos vecinos es de US$800 millones. Y no se incluye el pequeño comercio informal, muy difícil de registrar, que se produce continuamente en diferentes puntos de la frontera.

Dos o tres décadas atrás podían pasar desapercibidos los incidentes que ocurrían en pequeños países como los que se reparte los 76 mil kilómetros cuadrados de la isla La Hispaniola. En el mundo de hoy, convertido en aldea por la explosión de las modernas tecnologías para que se cumplan las predicciones del pensador Marshall Mcluham, todo se filtra, todo se sabe, todo se informa y los acontecimientos adquieren carácter universal.

Si no por otras razones (solidaridad, sensibilidad humana, sentido cristiano…), por la simple conveniencia, no podemos ignorar a Haití. Nadie puede predecir el curso de los acontecimientos en el país vecino.

Una descomposición política, económica y social impactará nuestro aparato productivo por su efecto en los negocios con ellos; menos aún puede estimarse el efecto que puede tener la difusión de estos acontecimientos y su repercusión local, en nuestra imagen como destino turístico.

Por eso es muy sabia la decisión del residente Abinader de tomar la iniciativa en el caso de nuestras relaciones con Haití porque es un tema de primer orden.

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