La ingesta de azúcar activa la producción de serotonina, neurotransmisor que fomenta bienestar. Por eso estando en estrés, enojo o aburrimiento, frecuentemente hay “hambre” por alimentos azucarados y grasientos. Mientras la alimentación saludable fomenta nuestro bienestar general, en medio de presión emocional tendemos de manera automática a rechazar la idea de comer adecuadamente. Resulta un “esfuerzo” al que no nos animamos. Esa es una programación –inconsciente- que puede significarnos gordura y fomentar males como diabetes, cáncer, enfermedades del corazón. Debemos romperla mediante el autocontrol; advertir a consciencia que sentirnos emocionalmente mal no justifica elegir mucha mala comida: dulces, opciones rápidas, etc. Momentáneamente aporta la ilusión de sentirnos mejor; pero a la larga será para peor.

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