La Iglesia Católica tiene un problema que ha estado viviendo durante los últimos 30 años: un creciente déficit en el número de sacerdotes. En 1970, en el mundo teníamos 419,728 sacerdotes. La última información dada a conocer por el Vaticano, indica que en el 2017 el número de sacerdotes a nivel mundial ascendía a 414,582, reflejando una baja de 5,146 sacerdotes. Mientras eso ocurre, la población católica mundial a la cual los sacerdotes deben prestar servicios y llevar el mensaje de salvación, ha aumentado de 671 millones en 1970 a 1,313 millones de personas en 2017. La interacción de estas dos variables genera el siguiente resultado: mientras en 1970 teníamos 6.26 sacerdotes por cada 10,000 católicos, en el 2017 apenas tuvimos 3.16.

Esta dinámica coloca a la Iglesia Católica en seria desventaja frente a las demás iglesias cristianas hermanas (protestante, ortodoxa y anglicana), las cuáles han exhibido un crecimiento más acelerado que el registrado por la católica. Mientras en 1970 los católicos representaban el 53.6% de los cristianos en el mundo, en el 2017, su participación había bajado a 46.1%. La pérdida de participación contrasta también con el avance con el islam. Mientras en 1970, el número de católicos a nivel mundial era 1.15 veces el número de musulmanes, a mediados del 2019, el islam contaba con 1,864 millones de fieles, equivalentes a 1.4 veces el número de católicos.

El problema que enfrenta la Iglesia Católica se agiganta cuando lo ponderamos por la pérdida de interés de los católicos con la religión que recibieron cuando sus padres los llevaron a recibir el sacramento del bautismo. Tomemos el caso de los católicos en los EUA. En 1955, según una encuesta realizada por Gallup, entre el 73% y el 77% de los católicos norteamericanos asistía a la Iglesia semanalmente; en el período 2014-2017, el rango de asistencia había descendido a 25% – 49%. Entre los jóvenes de 21-29 años, la caída es abismal: de 74% en 1955 a 25% en el 2014-2017.

El panorama no es más alentador en América Latina. El estudio multinacional realizado en el 2014 por Pew Research Center en América Latina se observa que mientras el 69% de los protestantes asisten semanalmente a la iglesia, apenas el 39% de los católicos lo hace. Mientras el 52% de los protestantes afirman que la religión es muy importante en sus vidas, sólo el 27% de los católicos la perciben así. Mientras en 1970 el 92% de los latinoamericanos estaba afiliado a la religión católica, en el 2014 la afiliación había descendido a 69%. El protestantismo, en cambio, pasó de abarcar al 4% de los latinoamericanos en 1970 a 19% en el 2014. En el caso específico de República Dominicana, la pérdida de mercado sufrida por la religión católica es todavía mayor: mientras en 1970 el 94% de los dominicanos profesaba la religión católica, en el 2014 apenas el 57% decía estar afiliado a esta. En el mismo período, los protestantes pasaron de representar el 2% de la población a un 23%; y los no afiliados a religiones aumentaron su participación de 3% a un 18% de la población.

No hay que dar muchas vueltas para darse cuenta que el mensaje de salvación que proveen los representantes de la Iglesia Católica en el mundo, en la América Latina y en República Dominicana, no parece estar llegando con la efectividad que se requiere. Varios deben ser los factores que pudiesen estar explicando la pérdida de interés de los católicos por su religión y el avance de las demás denominaciones cristianas y otras religiones en la distribución del pastel global de creyentes. Pero si tuviésemos que elegir el más importante, está clarísimo que todos los caminos conducen a Roma, específicamente, a la hermosa Basílica de San Juan de Letrán, donde en 1139 se celebró el II Concilio de Letrán que, de manera explícita, hizo mandatorio el celibato para todos aquellos que quisiesen ejercer el sacerdocio. Han pasado 880 años desde que se estableció la institución del celibato. A pesar de que es mucho lo que se ha escrito sobre los efectos negativos que tiene el mismo para el futuro de la Iglesia Católica, el celibato se mantiene, sin importar que Jesús nunca lo planteó como mandatorio y Pedro, la roca sobre la que se edificó la Iglesia, era casado y según L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, por lo menos tuvo una hija, Petronila, convertida más adelante en santa.

Es cierto que un sacerdote célibe, al no tener que lidiar con los problemas y responsabilidades del hogar, dispone de más tiempo para dedicarse a la prédica del mensaje de salvación y a las demás obligaciones del sacerdote. Otros aparentemente influenciados por el clérigo y economista inglés Thomas Robert Malthus, indican que es más fácil alimentar a 414,000 sacerdotes célibes en todo el mundo que a 414,000 hogares si a los sacerdotes se les otorgase el derecho que tuvo y ejerció Pedro cuando contrajo matrimonio. A otros les preocupan implicaciones que los divorcios y las herencias tendrían sobre la riqueza, los activos mobiliarios e inmobiliarios y los demás bienes de la Iglesia, a pesar de existir múltiples opciones para lidiar con esta preocupación.

Esta barrera de entrada al ejercicio del sacerdocio, sin embargo, tiene consecuencias negativas. En primer lugar, personas que tendrían una fuerte inclinación al sacerdocio podrían quedarse fuera dado el sacrificio que conlleva el requisito del celibato. Entre 1970 y 2017, unos 100 mil sacerdotes en todo el mundo decidieron colgar la sotana para contraer matrimonio. Dean R. Hoge, profesor de sociología de Catholic University, en el artículo “The State of Priesthood”, publicado en la revista de Boston College (summer 2005) afirma que, en una encuesta realizada entre estudiantes de universidades y “colleges” católicos, encontró que el celibato constituye la barrera más importante para impedir el ingreso de hombres al sacerdocio. Asegura que, si el celibato fuese opcional para los sacerdotes, se produciría un incremento de 500% en el número de seminaristas, lo cual reduciría gradualmente el evidente déficit de sacerdotes.

Pero hay un problema adicional que no ha sido suficientemente dilucidado, el de la selección adversa (George Akerlof, Premio Nobel de Economía 2001) en el mercado del sacerdocio que el celibato podría inducir. Al imponerse una barrera contranatural como el celibato, no sólo podríamos cerrar las puertas a excelentes candidatos para el ejercicio del sacerdocio con capacidad para predicar con efectividad y carisma el mensaje de salvación que la Iglesia Católica aspira propagar, sino también abrirlas a potenciales seminaristas no muy bien calificados e incluso, con debilidades que lo podrían inducir en el futuro a incurrir en prácticas como la pedofilia que tanto daño han causado a la imagen de la Iglesia Católica. Esto último, al desprestigiar el ejercicio del sacerdocio, parece estar incidiendo en la baja de solicitudes de ingreso a los seminarios para formación de sacerdotes católicos que se observa en todo el mundo.

Todo lo anterior, repercute en la fiscalidad. La baja capacidad expositiva de muchos sacerdotes en la prédica del mensaje de salvación, unida a la lentitud de la Iglesia Católica de introducir reformas (le tomó 359 años aceptar que Galileo tenía razón cuando señaló que la Tierra se movía alrededor del Sol), ha reducido considerablemente la asistencia de los católicos a los templos. Los menores ingresos por las limosnas tienden a elevar el déficit financiero de la Iglesia Católica, y esto a su vez, la obliga a solicitar crecientes ayudas de los gobiernos en forma de subvenciones, subsidios, aportes, construcciones de templos con dinero público y claro, un amplio abanico de exenciones fiscales. Sólo en España, la Iglesia Católica le cuesta al Estado 11,000 millones de euros, cerca del 1% del PIB. Con más y mejores sacerdotes, lo que podría ocurrir si el Vaticano deja el monopolio del celibato obligatorio a los ascetas hindúes y a los monjes budistas, la Iglesia Católica podría llegar a ser autosuficiente financieramente y liberarse de la asistencia del Estado.

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