Durante el correr de los tiempos ha sido casi ya una costumbre que una buena parte de la población dominicana más pobre deje mostrar en plena festividad navideña, presagios negativos frente a lo que entienden será su suerte en términos económicos y sociales desde el primer mes del año nuevo. Ponen la mirada en el futuro de los precios de la canasta familiar, el costo de los medicamentos, los servicios y otras dificultades que podrían agudizar sus precariedades familiares si no se cuenta con una reserva.

En cada tertulia entre amigos, encuentros de jóvenes en las esquinas o intercambios de impresiones familiares, no falta la manoseada y lapidaria frase: “señores, enero viene duro”. Sin embargo, esa advertencia que pareciera llamar a la prudencia y a la responsabilidad en el gasto desde antes del pago del doble-sueldo o salario 13 –en el caso de los que tienen la dicha de contar con un empleo-, no encuentra eco porque la mayoría de la gente se desborda más allá de sus posibilidades de consumo hasta, como dice un popular merengue, “quedar en cuenca otra vez”, que es lo mismo que estrenar el año “sin un peso”.

A propósito de que el gobierno central ha anunciado la entrega del “doble sueldo” en los próximos días, y tomando en cuenta que el país atraviesa por una difícil situación económica como secuela de la pandemia del Covid-19, quizás nunca ha sido más oportuno ese llamado de atención “señores, enero viene duro”, para que tomemos conciencia de la necesidad del ahorro, la austeridad y prudencia en el gasto, de manera que podamos iniciar el nuevo año con algún dinerito para enfrentar cualquier situación que se presente en la familia.

El planteamiento no quiere decir que usted deje de pasarla bien en familia. Ese es un derecho de todos. Sin embargo, sí busca hacer conciencia de la realidad que vive el país por la crisis sanitaria, con mayor afectación en los pobres y en la clase media baja, sobre todo en aquellos que dependen de “salarios cebollas o migrañosos”.

En momentos como ahora pienso cuán importante sería que nuestra gente de los sectores con mayores limitaciones tuviese aunque sea un nivel mínimo en educación financiera, en aspectos fundamentales como el ahorro, el gasto responsable, la inversión de los recursos y el emprendurismo. Tal como lo esbosa el escritor dominicano Reynaldo Polanco en su libro “La Pobreza es una Opción”, esos conocimientos ayudan a enfocar la pobreza desde una perspectiva diferente, haciendo ver que la pobreza más dañina es la mental, ya que nos sujeta a valores y percepciones que, a la postre, nos condenan a un círculo vicioso de trabajar-cobrar y pagar, limitando nuestras posibilidades de avanzar.

Polanco, un estudioso de las finanzas, radicado en los Estados Unidos, aborda el tema de las realidades que vive cada pobre, sumergido en una especie de pecera con muchas limitantes, por lo que aconseja hacer un esfuerzo de expandir la mente para que desaparezca primero esa cultura financiera que nos convierte en ancianos nadando en las mismas aguas.

En otra entrega seguiré abordando estos conceptos del libro de Polanco, pues los considero muy oportunos en las actuales circunstancias en que tendremos que literalmente sacar de abajo para producir un cambio de mentalidad y conciencia que nos permita generar un cambio de vida económico, social y emocional.

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