Cuando un gobernante asciende a granel, por racimo, al grado de general en el estamento militar y policial, como lo hizo ahora Abinader, transita en vía contraria al discurso de institucionalización y profesionalización de los organismos castrenses. Salvo complacencia o interés de congraciarse con “la guardia”, resulta excesiva en las Fuerzas Armadas la cantidad de generales sin batallones a su mando. Es una falla del sistema “democrático”, porque lo mismo sucede en otras organizaciones y grupos sociales, principalmente en partidos políticos, en los que abundan dirigentes sin bases, que es como decirles inorgánicos. En la partidocracia lo que mejor ilustra a ese tipo de generales sin tropas es cuando se mudan de un partido a otro, tránsfugas que llegan solos, como almas errantes, pero que, ¡vaya ironía!, los reciben con fanfarria.

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