Años de malas prácticas, de abusos, de incumplimiento a la ley, de oscuras maniobras que no pasarían un examen serio de un departamento de asuntos internos, de corrupción, de atraso, de precariedades en nuestra Policía Nacional, no van a ser superados en un día, pero no resiste un segundo más que solo recordemos la gravedad de esta situación cuando estalla un escándalo o se pierde una vida, como penosamente acaba de suceder por una abusiva golpiza, y que luego todo continúe igual, o se vuelva quizás peor.
Uno de los temas enarbolados en campaña por las actuales autoridades fue la reforma de la policía, y esto pasó de las promesas a los hechos cuando se conformó una amplia Comisión para la Transformación y Profesionalización de la Policía Nacional, la cual luego de ocho meses de labor entregó al presidente el pasado mes de diciembre su informe con propuestas para mejorar el cuerpo del orden.

Mediante el decreto 2-2022, se creó una comisión ejecutiva más reducida, encargada de poner en ejecución el diseño concebido por dicho grupo de trabajo para la transformación y profesionalización de la Policía y días después el presidente de la República y de dicha comisión ejecutiva, juramentó al experto internacional en materia de seguridad José Vila Del Castillo como Comisionado Ejecutivo, la cual contará con los recursos administrados por el fideicomiso previamente creado mediante decreto para estos fines.

Debemos estar conscientes de que ninguna transformación de una entidad, sea pública o privada es fácil, y como es de suponer menos lo será si se trata de cambiar a quienes por tradición se les ha enseñado que son la autoridad y que pueden ejercerla abusivamente, en un país donde esta concepción no solo corre en el ADN de quienes forman parte de las fuerzas del orden sino en el de muchos que abusan a cuenta de sus vínculos con estos, y en el que muchos creen que las cosas se resuelven con “manos fuertes”, otros se quejan de que las garantías constitucionales han atado las manos de las autoridades para “resolver” los problemas y algunos entienden que autoridad que no abusa no merece serlo.

Si bien años de injustificados abusos y de algunos innegables avances no se pueden superar de golpe y porrazo, hay que aceptar que para poder lograr una transformación tan difícil no podemos quedarnos solo en planes, políticas y organigramas, y debemos pasar a los hechos, limpiar la casa de arriba abajo y hacer que actúe siempre como si estuviera de frente a un espejo, y para eso hay que contar con la gente buena que hay dentro y que por años ha sido impedida de escalar o limitada a puestos de poca operatividad, algunos de los cuales han sido incluso víctimas de trapisondas para sacarlos de sus filas porque resultan incómodos a aquellos que ven la institución como su feudo particular y que las vías de recursos judiciales han devuelto a estas, aunque no han logrado que el cuerpo los acoja, sencillamente porque allí quien no es parte del estatus quo molesta.

El principal enemigo de cualquier reforma es el objeto de esta, en este caso los propios policías, por eso no podemos pensar que el comisionado ejecutivo con todo y su experiencia tiene una tarea fácil, y en su caso no tendrá la herramienta mágica del famoso teléfono rojo del comisionado Gordon para llamar al archi defensor de la ciudad. El otro gran enemigo que tiene es el tiempo, pues la sociedad espera respuestas de corto plazo, lo que resulta retador con las tantas opiniones que tendrá que escuchar para tomar cada una de las acciones.

En este caso no se trata de jugar al policía bueno y el policía malo, sino de hacer que los buenos, que los hay, asuman el papel protagónico y venzan definitivamente a los malos, para el bien de todos los ciudadanos a quienes tienen la sagrada misión de cuidar, y no de amedrentar y abusar, como lamentablemente sobran ejemplos han hecho.

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