Durante la presidencia de Augusto Pinochet, dejando de lado sus deleznables actos de represión, encarcelamientos y asesinatos (que bien pueden ser motivo de otro artículo), se emprendieron reformas que produjeron efectos positivos en el crecimiento de Chile. El “milagro económico” lo llamó el economista norteamericano Milton Friedman. Otros países latinoamericanos consideraron su caso como un ejemplo y trataron de emular algunas de las reformas realizadas.

Muchos consideran que los chilenos, como muchos otros, han caído en la trampa de no reconocer esos avances alcanzados. Olvidaron que tienen el mayor ingreso per cápita de Latinoamérica: más de US$30,000USD. La esperanza de vida aumentó en unos años de sesenta y nueve a setenta y nueve años.

El alcance de la Educación Superior se multiplicó por cinco, beneficiando a la parte de la población de más bajos ingresos.
Aunque suene increíble, algunos miden el desarrollo económico de una nación en base al consumo de lavadoras y televisores. En el año de mil novecientos ochenta y dos, el treinta y cinco por ciento de los chilenos tenían lavadoras y ya para el dos mil catorce, prácticamente había una lavadora por vivienda. Lo mismo sucedió con los televisores.

Recientemente, los chilenos emprendieron una serie de protestas de gran alcance, disparadas por el anuncio del aumento de los precios del metro, a lo que se fueron sumando otra larga lista de reclamos. Sin desmeritar sus motivos, pienso que tal vez no supieron aquilatar lo que ya tenían.

Estos descontentos a la larga condujeron a que en las recientes elecciones presidenciales fuera elegido un joven izquierdista de treinta y cinco años que supo articular un discurso, amplificado por las redes sociales, que logró convencer a las generaciones jóvenes que siguen en la búsqueda de cambios y nuevas ideas.

Su triunfo se logró en segunda vuelta, luego de las alianzas estratégicas con diversos sectores, incluyendo sectores de derecha. Para muchos no están claros sus motivos y reales intenciones y su conducta resulta irreverente y a veces errática y cuestionable.

Muchos vemos con escepticismo este cambio. Un artículo que leí recientemente, expresaba que los chilenos olvidaron comparar su situación con la de dieciocho países de Latinoamérica con mayor índice de pobreza, donde Chile resulta después de Uruguay el país con menos pobres. Sebastián Edwards, en su artículo De Chile a Venezuela, dice que “los historiadores se quedarán perplejos de como el país más exitoso de la historia de América Latina decidiera por mayoría destruir la institucionalidad que le había convertido en referente regional”.

En lo personal, temo que el Chile encabezado por Boric siga el camino de los países que conforman el Foro de Sao Paulo. Sus gobernantes han llegado al poder gracias a un proceso electoral, pero inmediatamente se abocan a cambios institucionales y constitucionales que les facilita perpetuarse en el poder.

Sería una lástima que un país que cuenta hoy con instituciones fuertes se convierta pronto en un Estado en el que el poder ejecutivo debilite y luego controle los poderes judicial y legislativo. Este cambio de agenda abre las posibilidades del establecimiento de un socialismo mal entendido, al autoritarismo y la destrucción de la economía. No hay que ir muy lejos: veamos la situación en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Argentina, Perú, Bolivia.

Está por verse el camino que tomará Brasil si el presidente Lula regresa al poder, luego de haber sido condenado por corrupción. También estamos pendientes de los acontecimientos en Colombia, donde para nadie es un secreto que en los últimos meses el presidente Maduro ha infiltrado miles de militares disfrazados, para desestabilizar el gobierno del presidente Duque.

El surgimiento de regímenes como los mencionados, responde a una agenda y a unos intereses bien definidos. Todos ellos se han aprovechado de los reclamos de sus poblaciones para usarlas a su favor y cuentan con un fuerte sistema propagandístico para justificar todas sus acciones en aras del “bien de todos”, cuando en realidad su norte es acumular poder y riquezas.

Sus peores elementos en común, es que son sistemas represivos, en los que los encarcelamientos y asesinatos de opositores son la orden del día. En las manifestaciones públicas no tienen reparos en disparar, hieren indistintamente a hombres, mujeres y niños. Irónicamente son estas características que más deploraban de los regímenes de derecha.

La oposición y la prensa no están exentos de las represiones, sólo ver Nicaragua, sólo quedó Ortega para ir a las elecciones, los demás presos o escondidos. Mucho perderán los chilenos si siguen este mismo camino.

Mientras, no dejemos de soñar y trabajar para el surgimiento de nuevos sistemas, de derecha o de izquierda o cualquier otra nueva modalidad, que, lejos de atender a intereses oscuros y crear falsas expectativas, que se fundamenten en firmes creencias y valores, que respeten la dignidad de las personas, los valores familiares, las diferencias de opiniones y se interesen realmente por el bien común, tendremos soluciones como las de Maduro, Boric, Ortega, los Castro aunque disfrazados; Perú, un analfabeto de presidente y Lula vinculado a actos de corrupción.

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