Hay una clase de políticos que nunca se equivocan. O eso creen. Hablan como si hubieran leído todos los libros, ganado todas las guerras y tenido todas las ideas antes que nadie. Se pasean por los debates con cara de Wikipedia y tono de “a mí no me expliques nada”. Dan respuestas cerradas, sin margen, como si el mundo fuera un esquema perfecto donde todo encaja si tú mandas lo suficiente.

A mí, esa seguridad absoluta, me da miedo. Porque gobernar no es ganar discusiones en el café del supermercado, ni tener una respuesta rápida para cada problema. Es dudar. Es preguntar. Es rodearte de gente que te diga “eso no va a funcionar” y no enojarte. Pero esta fauna política de certezas irrompibles, que huele a coaching barato y a eslóganes de autoayuda, se ha acostumbrado a confundir liderazgo con arrogancia. Como si pensar en voz alta fuera signo de debilidad.

Nos han vendido la imagen del político infalible como si fuera un superhéroe de traje azul. Pero lo que necesitamos son técnicos con sensibilidad, gestores con calle, no iluminados con perfil en TikTok. La política no es un concurso de oratoria ni una maratón de egos. Es una ingeniería de lo humano, con todas sus grietas.

Por eso me dan esperanza los que no gritan. Los que dudan. Los que, cuando no saben, lo dicen. Esos que llegan al poder con las manos en los bolsillos, no con el manual de un mesías o de Joaquín Balaguer bajo el brazo. Porque cuando uno ya tiene todas las respuestas, lo más probable es que ni siquiera esté escuchando las preguntas.

Y es ahí donde se pierde la política real: en ese momento en que el político se cree tan listo que se olvida de preguntar. De sentarse con quien lo está pasando mal y callarse. Solo callarse. No para posar ni para pensar qué decir después. Callarse porque está entendiendo algo que no sabía. Para aprender.

El político que lo sabe todo es el que menos aprende. Y si no aprende, solo repite. Y si solo repite, nos condena a los mismos errores con distinto envoltorio a todos y el país se jode.

Prefiero a los políticos que dudan. Porque al menos esos están vivos. Y un político vivo, en estos tiempos de presidenciables de cartón piedra, ya es medio milagro para que el país despierte.

Posted in DE UNA SENTADA, Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas