Ante la petición del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de que España y el Vaticano desagraviaran al poblador originario de América, el Papa Francisco respondió: “tanto mis antecesores como yo mismo hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización”.
Su Santidad fue mucho más oportuno y dijo: «Seguir dando pasos en vistas a sanar las heridas, a cultivar un diálogo abierto y respetuoso entre las diferencias y a construir la tan anhelada fraternidad priorizando el bien común por encima de intereses particulares, las tensiones y los conflictos».

Pero el Rey de España, a través de su vocera, fue poco diplomático y dijo que no pedirá perdón; peor aún el expresidente español José María Aznar, queriendo ridiculizar al Presidente mejicano lo cuestionó ¿y él cómo se llama? Repitiendo sus nombres y apellidos, “Andrés Manuel López Obrador”, enfatizándolos como hispanos.

El expresidente Aznar parece ignorar que nuestros nombres y apellidos son consecuencia de la “conquista y colonización“. Desconoce que los esclavos negros traídos de África simulaban con santos católicos sus propias prácticas religiosas, para no ser perseguidos y acosados por “la evangelización”. La Encomienda Indiana extinguió en el Caribe a los originarios en menos de un siglo y en el resto de América no se formaron plurinaciones, sino naciones con el predominio de la descendencia del conquistador, excluyendo en reservaciones a los originarios sobrevivientes.

Mi nombre, Francisco José, es español, mi primer apellido, Almeyda, es portugués y el segundo, Rancier, es francés. Sin embargo, no soy de esas tres nacionalidades. Tampoco soy descendiente de originarios. En el Caribe no hay mestizos (mezcla blancos y originarios) ni zambos (negros y originarios).

Las declaraciones de los líderes españoles es para los españoles y los aleja de “Hispanoamérica” incluyendo a los afrodescendientes, que aún buscan que se supere el odio racial.

Durante ese proceso histórico se estiman más de 18 millones de africanos traídos a America. En 1775 en las Trece colonias inglesas habían 350 mil esclavos y para 1790 se registran 681 mil 777 esclavos y 58 mil 277 libertos. Los colonialistas blancos eran 2 millones 792 mil 325, entre ellos 80% ingleses, escoceses e irlandeses, 9% alemanes y 4% holandeses. Para 1860 aún había esclavitud en los Estados Unidos, con una población de esclavos de 1 millón 775 mil 515 y 167 mil 697 libertos. La población blanca era de 12 millones 663 mil 310.

En el resto del continente desde 1492 a 1860, excluyendo las colonias francesas y las inglesas, un millón 552 mil, distribuidos en 200 mil a México, 702 mil a Cuba, 121 mil a Venezuela, 30 mil a Santo Domingo español, 21 mil a Centroamérica, 77 mil a Puerto Rico, 95 mil a Perú, 6 mil a Chile, 100 mil a Bolivia y Río de la Plata (Argentina y Uruguay) y 200 mil a Ecuador, Panamá y Colombia (Gallego,). Brasil 3 millones 906 mil. (Darcy Rivero, 1997).

El desagravio esperado para “sanar heridas” debe provenir de Portugal, Gran Bretaña, España, Francia, Holanda y Dinamarca, para incluir los esclavos traídos de: Congo-Angola, Mozambique-Madagascar, Senegambia, Costa de Marfil, Costa de Barlovento, Costa de Oro (Ghana), Benin-Calabar, Camerón-Gabón, Loango, Dahoney-Pequeño Ardra-Ovo.

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