Precisamente en el aniversario de la celebración de las elecciones presidenciales y congresuales el pasado año 2020 en medio de la pandemia habiendo podido lograr espantar los intentos de algunos que animaban la necesidad de una postergación de las elecciones lo que nos hubiese sumergido en un peligroso limbo institucional, y de poder celebrar que a pesar de las circunstancias difíciles los resultados de las urnas fueron respetados sin dificultad, nos llega la terrible noticia del abominable magnicidio acontecido en Haití.

Las posposiciones de elecciones por distintas causas marcaron el ascenso al poder del asesinado presidente Jovenel Moïse, primero porque la segunda vuelta electoral luego de la celebración de elecciones a finales de 2015 que debió producirse en enero de 2016 no se realizó en esa fecha ante la negativa de su opositor, lo que provocó un vacío de autoridad pues el mandato del expresidente Michel Martelly venció el 7 de febrero de 2016 y no fue hasta la misma fecha del año siguiente que finalmente Moïse se juramentó, luego de un difícil trayecto de nombramiento de un presidente interino, invalidación de los resultados electorales, convocatoria de nuevas elecciones y posposición de estas por el paso de un huracán, hasta su celebración en noviembre de 2016.

El aplazamiento de los comicios legislativos de 2019 causaron que Moïse gobernara mediante decretos desde enero de 2020, fecha en la que se suspendieron las labores parlamentarias, y desde ese momento se cuestionó la legitimidad de su mandato y él empezó a hablar de la celebración de un referéndum, cuya legalidad también fue cuestionada, para modificar la Constitución y eliminar el sistema parlamentario copiado de Francia y adoptar el presidencialista, el cual pasó por diversos aplazamientos hasta que a finales de junio pasado las autoridades electorales anunciaron que se celebraría el 26 de septiembre, fecha prevista para la primera vuelta de las elecciones presidenciales y legislativas que se aplazaron para una semana después.

Estos conflictos nunca fueron superados, y aunque Moïse se mantuvo en el poder a pesar de las investigaciones por lavado de activos de que fue objeto, de la designación de 5 primeros ministros, de las filtraciones de documentos que lo vinculaban a una supuesta corrupción relacionada con el acuerdo de PetroCaribe y de un informe presentado por la Corte Superior de Cuentas al Parlamento en el que se señala que empresas suyas habían sido beneficiadas con proyectos millonarios que no se habían ejecutado, no pudo superar el conflicto suscitado por el término de su mandato, que él rabiosamente defendió que debía ser el 7 de febrero de 2022, el cual provocó la descabellada situación de que Haití tuviera dos presidentes, luego de que Joseph Mécène, un juez apoyado por la oposición se autonombrara presidente, sin que fuera reconocido como tal por la comunidad internacional, lo que al parecer activó el plan macabro de terminar su mandato segando su vida.

Desde esa fecha Moïse denunció que grupos empresariales poderosos querían asesinarlo, lo que aunque fue recogido en entrevista realizada por un importante periódico español simplemente fue una cuenta más del largo rosario de la crisis haitiana ante la cual se voltean las miradas impotentes y frustradas de algunos, y se esconden las cabezas como el avestruz de otros que bien pudieran haber incidido para impedir lo que algunos han denominada la “somalización” de Haití, en referencia a la destrucción del Estado Somalí a manos de grupos rivales que luchan por el poder. y quizás este execrable asesinato los haga sacar sus cabezas y actuar responsablemente.

Aunque la República Dominicana y la de Haití son como siameses pegados a un mismo cuerpo, tienen distintas culturas, idiomas y orígenes, que en gran medida han sido la distancia que los separa, pero debemos estar conscientes de que, si bien las históricas heridas nunca han cerrado a pesar de que poco queda del poderío que permitió la oprobiosa invasión y del alto número de vecinos que residen y trabajan en nuestro país, la realidad de que compartimos una misma isla siempre hará que de alguna manera nos afecte lo malo o lo bueno que suceda al otro lado de nuestra frontera, aunque ambos países hayan tenido distintos destinos.

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