La pasada semana un gran dolor y una gran pena embargó a todo el país, y muy especialmente a quienes somos parte de los medios de comunicación y del ejercicio diario de opinión. La noticia de la partida de don Álvaro Arvelo, fue un golpe duro, demoledor y penetrante en nuestras almas. Nos dejó a todos consternados, adoloridos y llenos de tristeza, pero también impregnados de una profunda esperanza.
Don Álvaro, el inefable Alvarito, fue un ejemplo de luchador sin tregua y un guerrero de múltiples batallas, donde siempre blandía su arma efectiva del conocimiento y la preparación académica. Desde mi humilde punto de vista, el mayor aporte de don Álvaro fue transformar de forma revolucionaria la radio dominicana y el oficio de crear opinión en los programas matutinos. Su entrada a la radio fue la punta del iceberg, para que todos los programas de opinión matutinos se adaptaran a los nuevos tiempos y tomaran un camino diferente. Sus aportes, sus comentarios, sus análisis y sus grandes conocimientos expresados en pocos minutos transformaron significativamente la forma de hacer radio y de comentar en los medios.

Él no era un simple periodista o un comentarista radial. Con mucha certeza decía que era “un intelectual que hablaba por radio”. Y esa es una gran verdad. También es cierto que, a pesar de su amplia formación académica, en muchas ocasiones usaba expresiones cuestionadas, que incluso le costaron sanciones. Empero, hay que entender que eso lo asumía como parte del entramado especial que significó su participación en la radio y su forma, novedosa y agresiva, de influir en los demás.

Compartí muchos años de trabajo con don Álvaro cuando ambos formábamos parte del programa El Gobierno de la Mañana. Y debo decir que siempre recibí de él un trato excelente y una solidaridad sin límites. Esa era una de las principales y mayores cualidades de don Álvaro : ser solidario en extremo. El protegía a todos sus compañeros de trabajo, a su familia, a la emisora, a los propietarios, a las personas que le pedían algún favor o ayuda, en fin, era un ser humano extraordinario, capaz de hacer y entregar todo para ayudar a quienes estaban a su lado.

De manera personal, en varias ocasiones recibí de forma directa su gran solidaridad y apoyo. En una oportunidad, debido a comentarios positivos que hice en favor de Maridalia Hernández en mi programa de televisión “La Otra Cara”, fui sancionado y suspendido en el programa de radio que hacíamos diariamente en la Z-101. Esa decisión no fue del agrado de don Álvaro y desde el primer momento levantó su voz en contra de la misma y convenció a Bienvenido Rodríguez, propietario de la emisora, para que quitara esa sanción y me permitiera retornar al programa. Y así se hizo, gracias a ese gesto noble y solidario de don Álvaro.

Él dejó sembrada una gran semilla y una gran enseñanza para todos los comunicadores y lideres de opinión de este tiempo: Es necesario prepararse, leer mucho, saber hablar y articular las ideas, para poder asumir con responsabilidad la tarea de hacer opinión certera y objetiva todos los días. En esta época incierta donde la mediocracia, el sinsentido y la falta de valores están permeando los medios, esa enseñanza de don Álvaro alcanza una dimensión y actualidad extraordinarias.

En este momento, pido al Dios Todopoderoso que de consuelo y fortaleza a la esposa de don Alvaro, doña Ivette Pujols, a sus hijos Mario, Vanessa, Claudia y Carina, a su nuera Federica, su yerno Arnaldo, y sus nietos Arnaldo, Gabriela y Romano. De mi parte, a todos ellos les envío un gran abrazo solidario, y les digo que, como familia, deben estar orgullosos y satisfechos de la vida, la obra y el ejemplo de don Álvaro.

Para finalizar estas reflexiones, dedico a mi gran amigo don Álvaro, un fragmento del poema “Elegía”, que el poeta español Miguel Hernández escribió en 1936, al enterarse de la muerte de su gran amigo Ramón Sijé:

“Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas y órganos de dolor sin instrumento. a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento”.
Don Álvaro, gracias por su ejemplo, sus enseñanzas y su solidaridad…

Hasta siempre, hermano y amigo…

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