“Sucede que me canso de ser hombre.”
Pablo Neruda

“La guerra es la continuación de la política por otros medios” dijo Carl von Clausewitz. La convicción de esa sentencia está detrás de acontecimientos que han marcado nuestro mundo y que recordamos ahora cuando nos acercamos a los aniversarios de las fechas en que ocurrieron: Hiroshima y Santiago de Chile.

Por más que siga esforzándose, el próximo 6 de agosto la humanidad no podrá encontrar explicación al lanzamiento de la primera bomba atómica. Poco más de un mes después, el 11 de septiembre, sobre todo en América Latina conmemoraremos un aniversario más del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende. Ambos sucesos y sus consecuencias se encuentran en la cima de un horror del que la humanidad difícilmente podrá recuperarse, sobre todo porque como si se tratara de una manada de estúpidos se insiste en la liturgia escandalosa de buscarle justificaciones al uso del miedo, del pánico, del asesinato y de la muerte.

Ese tipo de experiencias que llevan al límite y que aún con medios tan distintos pero con el fin similar de matar preferiblemente inocentes, ponen a nuestras discretas inteligencias ante el dilema de responder a una pregunta cuya respuesta parece que queremos evitar: ¿Dónde estaba en esos atroces momentos el ser humano?

Los aviones de la Fuerza Aérea lanzando bombas en el centro de la ciudad de Santiago sobre un Palacio de Gobierno sin ningún tipo de defensa antiaérea constituye un hecho similar al lanzamiento de bombas sobre la población civil.

Por lo general no es posible cuantificar a las víctimas de los genocidios. En Hiroshima se calcula que los muertos el mismo día de la explosión fueron de 40.000 a 140.000. En Chile, las Comisiones de Verdad han identificado 40,175 personas entre ejecutados, detenidos desaparecidos y víctimas de prisión política y tortura.

Otro de los denominadores comunes de estos horrores es que sus responsables terminan presentándose como las víctimas puesto que reivindican haber sido obligados por circunstancias inexistentes en su pretensión imposible de justificar el horror. En el caso de Chile, habían tenido lugar elecciones de medio término en marzo de 1973 y el apoyo electoral con el que Allende llegó al gobierno tres años antes había aumentado hasta el 44.5 %. Es decir, la institucionalidad funcionaba.

La bomba atómica dicen que se utilizó para lograr la paz. Pero si le hemos de creer a uno de los principales tomadores de la decisión, el Almirante William D. Leahy, Jefe del Estado Mayor con los presidentes Roosevelt y Truman: “El uso de esta arma de bárbaros en Hiroshima y Nagasaki no fue de ninguna ayuda material en nuestra guerra contra Japón… al ser los primeros en usar [la bomba atómica] adoptamos el criterio ético propio de los bárbaros de la Edad Oscura”. Claro, estas objeciones están contenidas en sus memorias escritas con posterioridad al crimen.

Quedan también de estos sucesos lo que lo japoneses han llamado Hibakusha, los sobrevivientes de la bomba, las personas afectadas por los bombardeos atómicos cuyo número es imposible establecer y que han sido discriminados por ser sospechosos de contagiar la radiación.

Chile, está lleno de Hibakushas, víctimas, luchadores por la justicia social y política a los que el horror no les provocó renuncia, gente que observa consternada los esfuerzos adolescentes por encontrarle la necesidad al golpe. Mientras tanto, para cualquier persona medianamente instruida, resulta triste y espantoso comprobar que ni siquiera son capaces de lograr un acuerdo para aprobar un “nunca más”. Sorpresa no es pues la realidad se encarga de recordarnos que después de Hiroshima y Nagasaki la humanidad tampoco ha sido capaz de llegar a un acuerdo para asegurar la no repetición de un ataque nuclear.

La historia de América Latina es la reiteración casi infinita del recurso del golpe de Estado o de la invasión -que no son recursos de izquierda-. No nos dejan mentir invasiones y golpes de Estado que han estado disponibles como cuando Arbenz en Guatemala, como Brasil, Argentina, como RD, como Haití, como Playa Girón, como Grenada, como Perú, como Panamá, como Nicaragua. Finalmente, hay un lugar común en donde se encuentran estos hechos anotados, desde la bomba atómica hasta el último golpe de Estado, o la última invasión: la orden para que el horror se hiciera, fue dada en la misma oficina.

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