El 26 de enero de cada año -y siempre compartido con otras fechas cercanas que hacen palidecer su impronta escasamente se recuerda la vida, obra y legado de Juan Pablo Duarte.

Si no fuera por la cantidad de calles, carreteras y parques diseminados en los pueblos del país que llevan su nombre, estuviese aún más sumergido en la indiferencia del paso del tiempo y su recuerdo sepultado en el polvo del olvido.

Duarte comparte protagonismo con otros padres de la patria (situación inédita en los demás países de la región) donde su papel se ha visto menguado, cuando muchos parecen preferir la valentía del trabucazo de Mella, a los pensamientos y aspiraciones de nación promovidos por el patricio. Otros, incluso, podrían tildar de cobardía su participación ideológica en el proyecto independentista, frente a los que se enfrentaron en el terreno con las fuerzas haitianas.

En realidad, poco se conoce de la vida personal y familiar de Duarte, salvo tímidas menciones de sus padres y hermanos; pero, el espacio entre su destierro hasta su muerte en soledad y abandono en Venezuela ha recibido poca atención de nuestros historiadores, más prestos a escudriñar las hazañas de los grandes tiranos que han pasado por esta tierra.

Esa desidia por todo lo que al fundador de la patria pueda concernir, a lo mejor responde a intenciones dirigidas para opacar su trayectoria o quizá a que su existencia pudiera tildarse de anodina, sin las estridencias de los escándalos que resultan más atractivos al morbo del público, propios de otros personajes de la historia.

Duarte en su orfandad se ha visto sustituido, de una papeleta de a peso que lo mostraba soñador, efímero y hasta inalcanzable, para convertirse en una moneda despreciada unicolor en la que apenas se distingue su cara. También en las de cien pesos debe acompañarse del eterno trinomio de Sánchez y Mella, como si no fuera suficiente con su estela particular para ostentar tal honor.

El abandono del fundador de la trinitaria lo vemos hasta en los cuadernos de los estudios escolares, donde antes era exhibido etéreo con su peinado de época con el himno nacional de contracara, para ser sustituido por el reguetonero del momento o peor aún, con el dibujo animado de moda.

Es lamentable que Duarte solo sea recordado en los actos aislados programados por las Efemérides Patrias, en las conmemoraciones de las escuelas o como pretexto en un discurso enardecido para inflamar los ánimos de las masas, sin que su obra de vida y ejemplo de entrega desinteresada sirva como referente en las actuales generaciones. Para ser justos, nuestro primer deber como dominicanos es honrarlo, talvez no seamos felices como él proclamaba, pero por lo menos sí agradecidos.

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