Siempre es tiempo para hablar de Duarte, nuestro atribulado Padre de la Patria. La idea de independencia nace con él, pero se concretiza con otros y el producto quizás no es lo proyectado por el patricio.
Desde el inicio hubo necesidad de acuerdos con individuos y sectores que por diversas razones no creían en la “independencia pura y simple de toda potencia extranjera”, aunque coincidían en la necesidad de la separación de Haití.

Estos, que podríamos llamar “conservadores” –o “realistas” al decir de algunos-, ponen la fuerza necesaria en la coyuntura (Pedro Santana), o la experiencia de Estado y el indispensable conocimiento del alma nacional para el manejo de la cosa pública, Tomás Bobadilla. Sin embargo, esta ayuda para la independencia contenía la semilla de todos nuestros males posteriores:
caudillismo, paternalismo, asistencialismo, corrupción, segregación de la familia nacional y desconocimiento del estatuto legal republicano, entre otros.

Este sector, desde la independencia y salvo fugaces momentos, ha dominado el escenario público nacional. Incluso Duarte, con su desprendimiento, entrega a la causa nacional e idealismo, visto desde la óptica del presente, ni siquiera parece dominicano.

Es difícil, por no decir imposible, que un dominicano se desprenda de sus bienes e implique en ello a su familia para buscar el bienestar general en una empresa que, por demás, presentaba muchos escollos. Pero Duarte lo hizo.

Pensar de igual forma en un dominicano capaz de idear tan magna obra e irse del país cuando la alcanza, para no ser el motivo de pugnas internas y preferir humildes trabajos lejos de su amada patria es, poco más que, inverosímil.

Duarte fue proscrito en vida de la patria y utilizado como figura decorativa en la muerte. Habiendo muerto en Venezuela en precarias condiciones económicas y físicas, por motivos políticos del dictador Heureaux, sus restos son traídos y le hacen compartir la proceridad con Sánchez y Mella. (Ver: El mito de los padres de la Patria 1, 2 y 3, de fecha: 11, 18 y 25 de agosto de 2014, Pág. 08, 12 y 10, respectivamente, elCaribe).

Lilís necesitaba figuras tutelares que congregasen el imaginario popular y, de igual forma, aplacar los sectores intelectuales en disputa. Según el anecdotario la pugna terminó con la frase del dictador: “No me muevan el altar, porque se me caen los santos”.

Es decir, Duarte idea la República, pero no participa de la concreción de la misma. Dura 20 años fuera del país, retorna y las intrigas nacionales por el poder, a las cuales no tenía inclinación, le hacen partir otra vez a morir lejos, olvidado y pobre.

Y luego de muerto traen sus restos, por motivos políticos, y le hacen incluso compartir la titularidad de padre de la Patria.
Y, para colmo, nos lo venden como un idealista sin condiciones para la acción. El que fue acción consumada: La Filantrópica, La Dramática, La Trinitaria. O, simplemente: La Patria.

Pobre Duarte. ¡Qué pobre destino el suyo!

¡Ojalá encuentren paz sus restos!

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