Las protestas por el asesinato de George Floyd en Minneapolis, Estados Unidos, recorrieron todo Estados Unidos, buena parte de Europa y varios países de Asia, y en cada sitio los manifestantes pudieron expresar su repudio al racismo.
En la República Dominicana, quienes intentaron levantar sus banderas contra la intolerancia racial, se encontraron con un grupo de individuos que lo impidieron. Fue una provocación innecesaria, que propició la presencia de la Policía.

La Policía probablemente no acudió para limitar el ejercicio de un derecho bajo el régimen de la emergencia, que prohíbe las aglomeraciones por el coronavirus.

El rechazo a la violencia policial y especialmente la hostilidad hacia los negros constituía la única acción en el país, que ha visto pasar el caso George Floyd con total indiferencia. Nada extraño.
En marzo pasado, aquí tres agentes policiales abusaron de la misma manera contra el abogado Argenis Martínez, causándole la muerte, y sólo pudo escucharse la voz solidaria del Colegio de Abogados. En ese caso, si bien no aplicaba la intolerancia por motivos raciales, se trató de un abuso brutal que aún no recibe castigo, y nadie tiene certeza de que lo habrá.

En una sociedad donde por momentos la indolencia se vuelve parte de la rutina, qué podía esperarse ante la iniciativa “Una Flor para Floyd” convocada por Reconocido, una organización de defensa de los derechos de muchos que no están registrados civilmente.

Reconocido tiene el derecho a manifestarse, lo que no debió suceder fue el sabotaje por cuenta de unos extremistas que en nombre de la Nación atacan el estado de derecho.

Es una vergüenza que el nombre de República Dominicana recorra el mundo asociado a algo tan bochornoso como bloquear un acto contra la violencia y el racismo, uno de los más groseros instintos que aún perviven en la humanidad.

Es inaceptable que unos bárbaros envíen las peores señales de un pueblo que resume un crisol de culturas y razas.

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