La Policía Nacional cumple hoy 86 años de existencia en medio de lo que podemos calificar, sin necesidad de hurgar en el pasado, como el más profundo proceso de transformación y profesionalización de su historia.
Se han sentado las bases para un gran vuelco, con todo y que en la calle se observa que en sus filas prima el esquema de los excesos y el del policía reactivo desvinculado de la ciudadanía, como también pervive la desconfianza.
Pero no se puede cerrar los ojos a lo que ha significado el aporte del grupo de trabajo que ha diseñado las líneas para la implementación de planes, estrategias y políticas, unido a lo que se aguardó por años: el Reglamento General de Aplicación de la Ley 90-16 Orgánica de la Policía y otros reglamentos que ponen claras las “reglas del juego”.
También marca la diferencia la creación de una comisión para la ejecución de esos planes, con lo que se podría garantizar que el esfuerzo no desvíe su curso ni se quede a mitad de camino.
Todo esto no implica que se verán cambios inmediatos en la práctica, por lo que para la ciudadanía la institución del orden seguirá siendo parte de los organismos represivos del Estado.
Justo es reconocer que la apuesta por su transformación y profesionalización, que nunca antes había ido tan profundo, no ha sido la única, así que el policía de hoy día no es el mismo del “tránquenlo” pues en diferentes períodos se han propuestos iniciativas para dotarla de programas y herramientas que la aproximen al ciudadano.
Lo que no se puede ignorar, para evitar desengaños, es que una nueva Policía no se verá de un día para otro; tampoco ayudan las generalizaciones por el comportamiento negativo de uno que otro de sus miembros, pues en todo conglomerado humano masivo siempre habrá desviaciones.
Mientras, beneficiaría más a su fortalecimiento y al éxito de los ambiciosos proyectos en curso, que la sociedad se incline en todo momento y circunstancia por los correctos y buenos efectivos policiales, que constituyen la inmensa mayoría.
