Cuando en 2001 fue instituida una Zona Especial de Desarrollo Fronterizo para la promoción de las inversiones y los empleos en siete provincias mediante la aprobación de la ley 28-01, no se inventaba nada nuevo.
Las políticas especiales para desarrollar territorios menos favorecidos por la naturaleza, o por las políticas públicas tradicionales inequitativas, no son de manufactura nacional.

Se impulsan en diferentes naciones donde los gobernantes comprenden la necesidad de mejorar las condiciones de vida de gente que por las características de los lugares donde viven, requieren de programas o acciones especiales.

Es el sentido de la equidad social desde el punto de vista del territorio, que por sus características puede condenar a sus habitantes a la eterna pobreza si no se implantan políticas para modificar las condiciones.

En el caso de la región fronteriza, el Estado dominicano no ha procedido como en otros países, donde suelen destinarse recursos extraordinarios con propósitos desarrollistas en provincias o regiones aletargadas. Sencillamente, por una iniciativa congresual se creó una ley especial.

Las razones de esa decisión no solo se justifican por las grandes desigualdades que provoca la concentración de las inversiones y el gasto público en los centros urbanos, sino por una cuestión de seguridad nacional y de defensa del territorio donde se asienta el Estado nacional.

En esa perspectiva, la mejor manera de defender la integridad del territorio es precisamente mediante la modificación de las condiciones de vida de la gente que habita en la línea fronteriza.
De esa forma se atenúa la creciente migración hacia los polos urbanos.

En cualquier caso, el régimen especial propiciado por la ley 28-01, mediante el cual se instituyeron exenciones especiales, no fue exclusivo para algunos señores. Quedó habilitado para todo el que deseara empezar un emprendimiento en el territorio que aloja las provincias Pedernales, Independencia, Elías Piña, Dajabón, Montecristi, Santiago Rodríguez y Bahoruco.

Entonces, en vez de bloquear el progreso para esas regiones, los recelosos empresarios de la Capital lo que deben es sumarse y expandir sus inversiones a esas latitudes, donde los recibirán con entusiasmo.

Se comprende que es más fácil producir dinero donde están todos los servicios que establecerse en zonas apartadas de todo, pero si lo deciden, darían otro impulso al desarrollo nacional.

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