Poco después del mediodía, Radio Santo Domingo difundió un primer boletín oficial informando de un ultimátum de tres horas del Gobierno al presidente haitiano François Duvalier para que cesara la agresión. Al cabo de ese plazo la aviación dominicana desataría un ataque contra el palacio presidencial de Puerto Príncipe. Aviones de combate habían ya sobrevolado la capital vecina para dejar caer volantes, en francés y creole, la lengua criolla usada por la mayoría de la población haitiana, previniéndola de un posible bombardeo. Los volantes informaban de la agresión a un poblado dominicano.

Exigían además un cese inmediato al fuego, castigo de los culpables, empezando con Duvalier y acuerdos de reparación y compensación por los daños materiales y morales infligidos a la República Dominicana. Bosch estaba decidido, se decía, a rescatar el honor mancillado de la patria. Las calles comenzaban a ser escenarios de espontáneas manifestaciones de apoyo al Gobierno.
Por la radio comenzaban a difundirse comunicados y proclamas de apoyo a la defensa de la soberanía. En escasas horas, Bosch parecía suscitar el entusiasmo de los viejos tiempos de campaña. Las calles no se veían ya desiertas por el cierre de comercios en protesta por la actitud del Gobierno frente al “avance del comunismo”. Los grupos que se formaban en las esquinas esa mañana no lanzaban denuestos al Presidente.

Los hechos seguían la tónica de los sucesos finales de abril, que enfrentaron a Bosch en su primera gran crisis internacional y evidentemente estaban encadenados. La isla, compartida por los dos países, con sus solos setenta y seis mil kilómetros cuadrados, resultaba demasiado pequeña para albergar a Bosch y a Duvalier. Ninguno de los dos podía existir uno al lado del otro. No podía citarse un solo caso de cordialidad entre los dos gobiernos.

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