En circunstancias que nunca fueron claramente explicadas, el pasado 19 de agosto se supo la muerte de dos adolescentes y el internamiento de otros seis por efecto de intoxicación con sustancias desconocidas. Fueron encontrados en una habitación de una cabaña o un motel de Higüey.
Un acontecimiento muy grave que, sin embargo, tuvo una baja repercusión. Los jóvenes se habrían intoxicado con “sustancias desconocidas, presumiblemente inhalación de cocaína, hookah y monóxido de carbono, pues encontraron un vehículo encendido en la marquesina de la habitación”, según un reporte policial.
En la mañana del pasado domingo los dominicanos amanecieron con la lúgubre noticia de cinco muchachos oriundos de San Francisco de Macorís fallecidos en un desastroso accidente.
Los informes sugieren que los jóvenes andaban en un automóvil a alta velocidad, aparentemente bajo los efectos de sustancias no identificadas de manera específica. Los vídeos que ellos habían colgaron en las redes sociales sugieren el estado en que se encontraban antes del fatal desenlace. Como si se tratase de un juego con la vida hablaron abiertamente de que podrían terminar muertos. Y así resultó.
Tanto los jóvenes de Higüey como los de San Francisco de Macorís salieron de sus viviendas para celebrar un cumpleaños.
¡Qué tiempos los que estamos viviendo! Es inevitable pensar en la formación de los ciudadanos del mañana. Obliga a las familias a reflexionar sobre los hijos, en los dramas en que pueden verse expuestas cuando algunos de sus miembros abandonan las convenciones explícitas y las exponen a situaciones tristes y lamentables.
Son muchachos que se suponen bajo protección del núcleo familiar, pero las nuevas realidades los sacan de sus rutinas y esos ambientes suelen terminar en tragedias.
Estos casos deben llevar a todos a pensar en las familias y hacen necesario reenfocar las miradas hacia las casas, a veces vacías sin que nadie se dé cuenta.
Quizás con esas previsiones se pueda contribuir a reducir pérdidas tan terribles.
