En “El olor de la guayaba” respondiendo a una pregunta dice García Márquez que “a escribir se aprende escribiendo”. Una genial obviedad. De igual forma podríamos decir que a litigar se aprende litigando. Las reglas están en las normas, el punto es saber aplicarlas. Y eso no se aprende leyendo, sino haciendo. Por esto más que argumentos sobre litigación, haré otras anécdotas que retratan algunos buenos litigantes penales.

Recuerdo una defensora pública que litigaba con un abanico de manos. Mientras hacía sus contrainterrogatorios lo batía rápidamente, normalmente los tribunales eran muy calurosos y no tenían aire acondicionado. Y se colocaba en medio del espacio de visión entre los acusadores públicos y privados y el testigo, y empezaba a realizar su contrainterrogatorio a gran velocidad y los acusadores se descuidaban pidiendo que se coloque en otro lugar, que no los dejaba ver al testigo y luego de esa tensión, siempre agitando el abanico, hacía la pregunta final casi embistiendo al testigo con el mismo. Era letal.

Una vez otro defensor público que defendía un co-imputado en un proceso por homicidio, había ido con más de diez textos de doctrina y jurisprudencia, todos anotados y con post-it, listos para citar, sobre aspectos importantes del tipo penal y de la carga probatoria. Pero habló de último. El abogado que defendía al encartado principal, el tribunal, obviamente, le dio primero la palabra. Este hizo un discurso puntual y, en algún momento del discurso, dijo: “Hubo un disparo, una bala, un muerto. Y no fue el mío quien disparó”. Tiempo después le pregunté al litigante si es cierto que dijo eso, pero asegura que no, que el defensor (el de los libros) escuchó mal. Pero el asunto es que cuando le tocó hablar, se puso de pies, echó la pila de libros a un lado y empezó a hablar sin ver sus apuntes y textos. Hizo un gran discurso, casi aplaudido por todos. Al bajar le pregunté que como lo hizo, y me respondió: “Yo tengo varios CD’s y, dependiendo del tipo penal, me pongo uno en la cabeza, improviso un par de cosas y el discurso está listo”. Nos reímos.

Por un tema de espacio dejaré otras anécdotas, pero no puedo terminar sin el “preso-abogado”. En una medida de coerción por supuesta violación a la ley de drogas, el Ministerio Público solicitó prisión preventiva en contra de un vendedor de flores. Su abogado hizo una defensa técnica, pero seca. El juez le dio la palabra al imputado y este empezó a realizar su defensa material. Y cada vez que el juez bajaba la cabeza para escribir en el folder la decisión, el encartado lo interrumpía con otros argumentos y el juez no escribía, levantaba la cabeza y le prestaba atención. Lo hizo tres o cuatro veces, al final, habló de que mantenía con la venta de flores a su abuela y que no le iba a dar lo suyo a los agentes que le hacen ese daño de ponerle drogas. El juez lo puso en libertad y, cuando el encartado bajo de estrados, con una gran sonrisa, los demás encartados que estaban esperando su medida de coerción, gritaron: “Ese es preso y abogado, ese es preso y abogado”.

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