El Síndrome Respiratorio Agudo y Severo (SARS) ha afectado a 274 millones de personas. La gravedad de esta pandemia ha puesto a prueba los sistemas de salud, y lo que es más importante, la cooperación y solidaridad humana. Esto así, pues si bien la decisión de vacunarse es una decisión individual, no cabe duda que estas decisiones personales potencialmente afectan a otras personas, pues podemos infectarlos, con posible secuelas para su salud, que en algunos casos podría costarles la vida.

Así mismo, este severo brote ha puesto a prueba nuestras instituciones políticas democráticas. Las protestas en las calles de ciudades importantes europeas ante la obligatoriedad de vacunarse en varias categorías de profesiones llama a la preocupación. Si bien los que protestan lo hacen en defensa de sus “libertades” y no cabe duda que la democracia es el entorno de la libertad, dicha libertad debe tomar en cuenta los derechos, el bienestar y los intereses de los demás. En realidad, debe existir una base de convivencia, solidaridad y de respeto a los demás para que en una sociedad se viva en democracia y libertad.
Este brote también ha evidenciado la renuencia de muchos gobiernos democráticos a imponer medidas obligatorias que deban ser cumplidas por todos los ciudadanos. Se podría argumentar que semejantes medidas podrían ser catalogadas de antidemocráticas. Sin embargo, los estados democráticos emiten leyes, regulaciones y decretos de obligado cumplimiento. Si lo que se busca es el bien común, cuidando la salud pública, los gobiernos están en la obligación de actuar.

Ante la renuencia de los gobiernos a tomar medidas generales de obligado cumplimiento se ha recurrido a prohibiciones parciales, como la necesidad de presentar un carnet de vacunación para entrar a lugares de ocio. Llama a la meditación que la posibilidad de no poder beber en un bar, de bailar en una discoteca, de comer en un restaurante o de asistir a un evento deportivo ha llevado a millones de personas a vacunarse, cuando se habían olvidado de hacerlo obedeciendo a una responsabilidad a sus personas y a los demás. Lo que revela que muchos no vamos más allá de lo elemental.

La hipocresía de la clase política y las élites sociales también ha sido develada durante esta crisis. Mientras los dirigentes imponen prohibiciones para eventos que sobrepasen una cierta cantidad de participantes, los responsables de dichas medidas han sido sorprendidos organizando y asistiendo a tipos de eventos que ellos mismos habían vedado. Cuando el sorprendido resulta ser el Primer Ministro de una de las democracias de mayor tradición de Occidente llama a preguntarnos si es la democracia la que esta enferma. La decadencia de las instituciones políticas ocurre cuando no son respetadas o tomadas en serio por sus líderes.

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