Han pasado muchos años desde que disfrutamos leyendo la Divina Comedia del italiano Dante Alighieri. Desde entonces nuestra admiración por ese poeta, lleno de humanidad, nos ha llevado a detenernos frente a su estatua, ya visitáramos Verona, Nápoles, o Florencia. Han pasado tantos años que solamente recordamos aquellos pasajes que nos impactaron considerablemente. Nada más impresionante que su descripción del infierno. De acuerdo al poeta, en el infierno, el príncipe de las tinieblas presidía una corte muy similar a la de cualquier príncipe italiano del Renacimiento. Además de malo, este príncipe tenía un carácter muy complicado y orgulloso, por lo que se cuidaba de que los asistentes a los banquetes que organizaba no desmeritaran del selecto encuentro de personajes caracterizados por su mucha crueldad y maldad en su paso por la vida, ya fueran príncipes o prelados de la Iglesia. No obstante, siempre hemos sospechado que no todos eran culpables y que Dante envió injustificadamente a ese lugar tan tenebroso a más de un desafortunado a quien detestaba. Retornando al príncipe de las tinieblas, su orgullo era tal que tenía una enorme cortina para esconder a aquellos que además de malos, habían sido pusilánimes en esta vida. Y es que la combinación de la maldad con la cobardía es tan aborrecible que su presencia en la Corte las Tinieblas avergonzaba al mismísimo que la presidía. Ahora bien, nunca hemos comprendido cómo dicha cortina se preservó por tanto tiempo en un lugar donde había tantas llamas por doquier.

A diferencia del poeta italiano, Jean-Paul Sartre en su obra de teatro Huis Clos, argumenta que el infierno está en la tierra, entre nosotros. Aún más, afirmó que el infierno son los demás, por la capacidad de los seres humanos para hacernos daño. Además, podría afirmarse que esta obra escrita en 1945 es una reflexión sobre la trágica historia del siglo XX, donde técnicas científicas fueron utilizadas para exterminar a millones de seres humanos. Solamente en la Unión Soviética perecieron 27 millones de personas, entre ellas 19 millones de civiles, durante la segunda guerra mundial. En una visita a Europa oriental nos armamos de valor para visitar uno de los campos de concentración donde se exterminaron a millones de judíos, para constatar hasta dónde puede llegar el odio y la crueldad humana. Para muchos Pablo Picasso es un pintor de garabatos. Sin embargo, sus lienzos describen magistralmente a los seres humanos rotos, a la sociedad occidental rota del siglo XX. Lo trágico del infierno vivido por las sociedades modernas es que a diferencia de Dante y Sartre, donde los condenados eran culpables, la mayoría de las víctimas de nuestras modernas crueldades son inocentes.

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