En diplomacia como en geopolítica es difícil o poco diplomático plantearse per se jugar el rol de mediador. Ya lo ensayamos con algún éxito -crisis Ecuador-Colombia- y en el caso de Venezuela que terminamos como teníamos que terminar, pues cuando una de las partes en conflicto se cierra o no cumple, el colapso es inevitable; y más cuando se trata de buscar avenencias sobre principios cardinales del sistema democrático: elecciones libres, garantías electorales, pluralidad de partidos, libertad de prensa y ciudadana, respeto a los derechos humanos, separación de poderes públicos, equidad de propaganda y de proselitismo político-electoral y acatamiento de la voluntad libérrima de las mayorías expresada en las urnas, entre otros valores y principios innegociables.

Y resulta difícil, para un país tercero, plantearse el rol de “mediador hemisférico” cuando, como en el caso de Nicaragua, se han conculcado esos principios y valores democráticos en aras de la perpetuación, en el poder, de una pareja de esposos -presidente y vicepresidente, respectivamente- que, prácticamente, han hecho preso, proscrito o procesado a todo el que ha manifestado, en el ejercicio de sus derechos ciudadanos y constitucionales, aspirar a cualquier puesto de elección popular -presidencia u otros-. ¿Cómo plantearse una mediación política-diplomática efectiva ante semejante abuso de poder o dictadura?

Desde esa difícil situación o panorama sociopolítico y electoral en Nicaragua y Venezuela, el país ha fijado la posición política-diplomática correcta; y por supuesto, en correspondencia con su historial democrático -desde 1978- y las mediaciones anteriores, no podría mediar ante semejante intransigencia. Lo que no podría, y no lo ha hecho, es torpedear cualquier iniciativa de diálogo; pero jamás ser indiferente ante la conculcación de garantías constitucionales, electorales y de derechos humanos.
Por otra parte, y generalmente, se estila, en diplomacia, no autoarrogarse el rol de mediador, sino procurar lograrlo en un escenario de consenso y propuesto en base a una trayectoria, un peso geopolítico especifico y contando con actores político-diplomáticos -de credibilidad y respetabilidad regional-, que, sin duda, los tenemos, pero, sobre todo, que las partes en conflicto lo acepten. Esa es la condición sine qua non para una efectiva y exitosa mediación en la diplomacia moderna.

Pero, reiteramos, en el caso de Venezuela, nuestro país hizo su tarea, y la hizo bien; y respecto a Nicaragua, otra postura no podía fijar ante las pretensiones y acciones antidemocráticas que el actual régimen nicaragüense -Ortega-Murillo- viene perpetrando en aras de permanecer en el poder. No hay dos tipos de democracia. Solo hay una y se basa, entre otros derechos y deberes, en elecciones libres, respeto a las libertades públicas, a los derechos humanos y al Estado de derecho.

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