Aunque el gobierno ha sido bastante claro sobre nuestras relaciones con el vecino país en sentido más que categórico: “No hay, ni habrá jamás, una solución dominicana a la crisis de Haití” que no es más que una reiteración a la comunidad internacional sobre su responsabilidad con un país cuya historia ha ido del heroísmo -su revolución social-racial de 1791-, colonialismo, invasión-intervención -1915-1934, dictadura-dinastía (1957-1986), ininterrumpida crisis sociopolítica y, finalmente, lo que he llamado el poder en el caos en contraposición a la socorrida tesis “Estado fallido” que resulta insuficiente para explicar el fenómeno Haití.

Y de este lado; a propósito, se ha hecho una lectura, en mi opinión, a tomar en cuenta. Me refiero a un puntual artículo del abogado constitucionalista, profesor y diplomático (ex embajador Casa Blanca y OEA, Washington), Dr. Flavio Darío Espinal “La República Dominicana y la crisis haitiana”, Diario Libre 12/8/22- que traza algunas líneas de enfoque alejado de prejuicios y situando el fenómeno en su justo contexto nacional e internacional a la vez que ausculta en el discurso oficial -“No hay, ni habrá jamás, una solución dominicana a la crisis de Haití”- que, en su opinión, aunque resume una respuesta, sirve de poco sino se acompaña de otras lecturas, acciones y políticas públicas más próximo a una realidad geográfica-migratoria y comercial mancomunada. Sin embargo, desde nuestra óptica, la dificultad está en cómo procurar esa doble voluntad política -a la que aspira Espinal- sí del otro lado no hay tierra firme oficial con quien, en la actual coyuntura, articular-dialogar algún tipo de iniciativa con garantía de continuidad o siquiera de validez cuando el poder en Haití se ha fragmentado en el caos -oligarquía, agenda supranacional, oenegés y la proliferación de bandas criminales que, curiosamente, tiene su origen o explicación en el colapso de la hegemonía sociopolítica del poder político-oligárquico en que ha vivido Haití post dictadura duvalierista: fallido ensayo popular-Lavalas -Jean Bertrand Aristide-, intento de estabilidad política-democrática -gobierno de René Preval- y estrepitoso fracaso Minustah-ONU-.

Por ello, resulta insuficiente cargar el discurso sobre República Dominicana y resaltar un anti-haitianismo obviando una lectura más holística donde el fenómeno tiene su contrapartida del otro lado que, también, imposibilita respuestas mancomunadas que hoy no tienen posibilidades concretas, pues es sine qua non el acompañamiento, comprometido y sistemático, de la comunidad internacional que pasa, ineludiblemente, por lograr y asegurar estabilidad sociopolítica en Haití. Lo demás -prejuicio étnicos-culturales de ambos lados- se podrá superar con políticas públicas, intercambios académicos-culturales y sentido de responsabilidad política; y, sobre todo, entendiendo que somos dos pueblos diametralmente diferentes, pero obligados a compartir la isla con inteligencia, sentido recíproco de solidaridad y de desarrollo integral a partir de nuestras potencialidades o riquezas naturales y especificidades geográficas-comerciales y las mejores prácticas en materia de gestión migratoria, fronteriza y comercial (y borrar, del lado este y de cierta gendarmería internacional, la ida o atavismo sociohistórico de la invisibilidad fronteriza).

Finalmente, me remito y remito -a todos los interesados, incluido el gobierno que hace un gran esfuerzo (hay que reconocerlo)- a leer ese enjuiciado articulo, muy pertinente, del Dr. Flavio Darío Espinal porque estimula o sugiere una lectura más equilibrada y fuera de prejuicios históricos que debemos superar de cara a una problemática que nos atañe y mucho. Mientras, Haití es una bomba de tiempo…(por ello, nuestro histórico complejo de avestruz, sobre Haití, ya no cabe desde ninguna perspectiva racional ni de Estado).

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