Uno de los temas obligados de estos días es el relacionado a la reforma tributaria, un trago amargo que ningún gobierno quisiera probar, no tanto por lo que implican estas reformas para lograr un equilibrio a nivel macroeconómico, sino por las reacciones que estas podrían generar en la población.
Sobre la reforma circula un borrador oficial bien pesado que detalla cada situación y por qué es necesario hacerla, y en estos momentos. En este artículo sólo trataré de hacer algunas reflexiones al respecto.
Lo primero es que una reforma siempre resulta onerosa. Por eso a los gobiernos les da pereza someterla. Le resta popularidad frente al ciudadano común, y a veces da pie a episodios de violencia callejera.
De acuerdo con las cifras que se manejan, República Dominicana posee una de las recaudaciones más bajas de la región, lo que “limita” el desarrollo de proyectos importantes para el bien común.
Pero también, contamos con una de las deudas acumuladas más grandes del mundo con respecto a los ingresos fiscales. Esto denota que en pago de intereses y deudas se absorbe más del 25% de las recaudaciones, de acuerdo con datos ofrecidos por el Centro Regional de Estrategias Económicas Sostenibles (CREES). Y esto es muy preocupante.
Por eso la premura de iniciar esta reforma que viene desde el año 2019. Ahora, las preguntas que surgen son: ¿cuánto planea el Gobierno recaudar en miles de millones? ¿En qué se va a invertir ese dinero? ¿Cuánto iría al pago de deuda o a la renegociación de deuda? El pueblo dominicano merece saber en qué se va a invertir cada peso que se consiga de nuevas cargas impositivas.
En economía los números no mienten, y aunque se maquillen las consecuencias llegan tarde o temprano reflejadas en el alto costo de la vida, productos más caros, desbalance en la tasa del dólar y desmembramiento de la producción agrícola.
Hay que decir que, a pesar de los “recortes” en el gasto público que ha dicho aplicar el Gobierno, el dispendio de recursos en actividades no productivas se mantiene igual o peor.
Otros recursos a los que hay que ponerle el ojo es el que se entrega a los partidos políticos para organizar sus campañas electorales, exoneraciones de pagos de impuestos a legisladores y políticos, entrega de los famosos cofrecito y barrilito, pagos por dietas y viáticos, gastos en combustibles, gastos en publicidad y demás yerbas aromáticas.
Entonces, si queremos aumentar las recaudaciones, vamos a comenzar recortando por ahí. Quienes logren transformar el desvío de esos fondos y que ellos tengan retorno, estoy segura de que se casarían con la gloria y con el pueblo dominicano.
Otro aspecto importante es el manejo transparente de los fondos destinados a programas sociales. Aquí todo el mundo sabe cómo se han manejado esos programas y los niveles de corrupción que despiertan en quienes lo manejan. Las evasiones fiscales, busquen por esos senderos.
Por ahí es que tiene que comenzar la reforma. Una reforma que no genere malestar en la población, que sea lo menos traumática y no lesione el bolsillo de la clase media, pero tampoco que termine eliminando a las medianas y pequeñas empresas, porque ahí sí que la sal saldría más cara que el chivo.