El llamado “viernes negro” es un recurso mercadológico, de notable éxito, surgido en Estados Unidos para motivar las ventas pre-Navidad. No corresponde a celebración ninguna, en lo relativo al último viernes de noviembre como lo conocemos, el de las compras, porque hay otros viernes definidos así, que corresponden a recuerdos de asunto negativos, usualmente ligados a catástrofes financieras. Es el día después del Día de Acción de Gracias (Thanksgiving day) que corresponde a fecha variable del 4to y último jueves de noviembre. Se estima que en ese viernes inician las compras de Navidad que en los últimos años han sido mucho menores que las del Viernes Negro. Es una “festividad consumista” con reales ofertas rebajadas que el público aprovecha, más que nada, en nuestro país, en lo relativo a la compra de electrodomésticos. Existe una explicación del origen de término de que los oficiales de tránsito de Filadelfia, alrededor del 1961, llamaban así al día siguiente al día de Acción de Gracias, por el desbordamiento del tránsito y las personas, al desplazarse los americanos a celebrar un día de tradición familiar, para juntarse a realizar la cena con pavo horneado y relleno, donde hasta la batata (sweet potato) tiene su espacio en una conmemoración que va más allá que los peregrinos en Plymouth, en el hoy Estado de Massachusetts, porque existen pruebas de celebraciones de Gracias, en fechas previas. Se populariza el término a mediados de los 80 y a partir de 1975 se extiende a todos los Estados de la Unión. En nuestro país se considera una “tradición” comercial adoptada, para conveniencia de los grandes almacenes y del comercio ministrita que aprovechan para su “mordida” de la capacidad de compra. Las instituciones financieras aprovechan el ánimo gastador del criollo en “tiempos pacueros” y multiplican sus descuentos adicionales con atractivos porcentajes que disparan el volumen de lo consumido, específicamente en tarjetas de crédito, hasta sobrepasar ampliamente las ventas de Navidad. Esto arrastra un endeudamiento lógico para aquellos que se acogen al crédito de las peligrosas tarjetas, con tasas que más que duplican las normas de préstamos de consumo. La publicidad se multiplica, los encartes abultan periódicos y las ofertas llueven, en un año de grandes dificultades sanitarias que han puesto patas arribas a la humanidad toda, afectando el bolsillo de una gran parte de la población y empujando a la gente a gastar en lo racional, conveniente y necesario, más que en lo superfluo y cosmético y empuja a la creatividad de clientes y comerciantes con objetivos diferenciados alrededor del mismo tema. El criollo se inclina a pintar en Navidad a manera de renovación, de reinicio, de “despojo” de las contrariedades de una año que se va, y particularmente este que a lacerado la vida de todos, al margen de la capacidad económica de las familias, acentuando desigualdades sociales y exclusiones.

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